Alberto Vazquez-Figueroa, en su libro sobre Viracocha, nos deja, entre otros muchos de gran genialidad, estos cuatro párrafos que a continuación muestro; párrafos que presentan nítidamente el perfil psicológico de Francisco Pizarro, así como las contingencias que hicieron de él una persona perseverante y obstinada en sus objetivos y metas.
Sí; Pizarro era muy capaz de plantarle cara a la muerte y derrotarla si de ello dependía la huella que dejara de su paso por la tierra.
Alonso de Molina, nacido en el seno de una familia feliz y habiendo pasado su juventud rodeado por el aliento de los suyos hasta el punto de que a pesar de haberse sacrificado para pagarle los estudios en Sevilla, Toledo y Roma supieron aceptar que prefiriese abandonar los libros para lanzarse a la aventura de las armas, comprendía sin embargo, mejor que muchos, que aquel pobre porquerizo analfabeto, hijo bastardo de un gentilhombre de dudosa alcurnia, necesitase más que nadie destacar por encima del resto de sus contemporáneos.
Para Pizarro, conquistar un imperio constituía ya la única esperanza de justificar una vida de la que tan sólo había recibido golpes y vejaciones, sin ofrecerle como alternativa de futuro más opción que la victoria total o la más negra derrota.
Volvería para vencer o morir, pero él, que había aprendido a apreciar a aquel viejo gruñón y cabezota, no deseaba convertirse una vez más en testigo de su indudable fracaso.
Ni que decir tiene que recomiendo encarecidamente la lectura de esta magnífica obra de Alberto Vazquez-Figueroa títulada Viracocha.
Sí; Pizarro era muy capaz de plantarle cara a la muerte y derrotarla si de ello dependía la huella que dejara de su paso por la tierra.
Alonso de Molina, nacido en el seno de una familia feliz y habiendo pasado su juventud rodeado por el aliento de los suyos hasta el punto de que a pesar de haberse sacrificado para pagarle los estudios en Sevilla, Toledo y Roma supieron aceptar que prefiriese abandonar los libros para lanzarse a la aventura de las armas, comprendía sin embargo, mejor que muchos, que aquel pobre porquerizo analfabeto, hijo bastardo de un gentilhombre de dudosa alcurnia, necesitase más que nadie destacar por encima del resto de sus contemporáneos.
Para Pizarro, conquistar un imperio constituía ya la única esperanza de justificar una vida de la que tan sólo había recibido golpes y vejaciones, sin ofrecerle como alternativa de futuro más opción que la victoria total o la más negra derrota.
Volvería para vencer o morir, pero él, que había aprendido a apreciar a aquel viejo gruñón y cabezota, no deseaba convertirse una vez más en testigo de su indudable fracaso.
Ni que decir tiene que recomiendo encarecidamente la lectura de esta magnífica obra de Alberto Vazquez-Figueroa títulada Viracocha.
¡Buenas tardes!
ResponderEliminarLlevo dos días observando detenidamente tus entradas referentes a Viracocha, prefiero abstenerme porque tengo mis mas y mis menos, he viajado a un país de la cultura incaica, entonces necesitas comparar, observar y respetar, hay cosas que tengo que seguir aprendiendo del motivo de los conquistadores, pero no siempre las comparto.
Un abrazote enorme.
Ruth
Hola amiga Ruth:
ResponderEliminarYa conoces mi filosofía, similar a la de Adler: Todo puede ser así, como también todo lo contrario.
Me gustan los contrastes. De ahí mi pasión por la dialéctica. Sol y luna. hemisferio cerebral derecho, hemismerio cerebral izquierdo.
Me gustaría conocer tus opiniones sobre Viracocha.
Recibe un abrazote amiga
Se me olvidaba Ruth, el post sobre Francisco Pizarro lo describe no como un "conquistador", sino como un pobre fracasado que como bien dice el personaje Alonso de Molina "no deseaba convertirse una vez más en testigo de su indudable fracaso".
ResponderEliminarSu comportamiento fue fruto de su fracaso existencial y vivencial como persona.
Recibe otro abrazote amiga.
Mas que de Viracocha mi manifiesto era en pos de la conquista de Pizarro, como en todo los hay beneficiados y perjudicados, pero no siempre llueve a gusto de todos. De todas manera por falta de tiempo ahora mismo no puedo centrarme en ese punto, pero queda presente y compartimos la ley Incaica.
ResponderEliminarUn abrazote
¡Hola Javier!
ResponderEliminarPor casualidad se sabe el verdadero motivo por el cual, Pizarro se sintió fracasado y frustrado, ayer te copié un trozo de un libro que narra y describe algunas de las acciones emprendidas y llevabas a cabo durante la conquista de Pizarro en el imperio Inca, varia depediendo del escritor que lo describa, ya que unos los pintan por buenos y otros por no tan buenos, pero buendo ya que anoche copíe un trocito de un libro, te lo pego a ver que te parece.
Ahora se encargaría Pizarro. ¡Coño, hay que agarrar el instante! Y las trompetas de Juan de Segovia y Pedro de Alconchel rompieron la armonía del mundo. Desde las alturas de la fortaleza, Pedro de Candía el Griego vio agitarse la convenida toalla blanca del fraile, después la de Pizarro y ahora la señal estridente de las trompetas. No dudó un instante y lanzó los convenidos disparos de arcabuces y mosquetes contra la muchedumbre que ocupaba la plaza. Los soldados de a caballo revestidos con planchas de metal y armados con lanzas y espadas salieron en tropel de los aposentos repartiendo golpes a diestra y siniestra. ¡Santiago a ellos! Cargados de ruidosos cascabeles, los caballos embestían con fuerza descomunal derribando a los folklóricos vasallos del Inca. La colosal infantería con ayuda de galgos carniceros, buenos y ligeros, de dientes feroces y mordedura eficaz. Y la artillería, fuego de mil volcanes encendidos. Volaban cabezas y brazos como de muñecos desconyuntados en el bullicio del juego de cascabeles. Espadas humanicidas silenciando gritos de espejismo en yaravíes de crueles danzantes.
Un abrzote y seguimos compartiendo inquietudes, esperaré haber que piensas.