El uso de la lógica dialéctica permite comprender el fenómeno de los
cambios históricos (materialismo histórico) y de los cambios naturales
(materialismo dialéctico). Todos estos cambios se hallan regidos por las
“tres grandes leyes dialécticas”: la ley de la negación de la negación,
la ley del paso de la cantidad a la cualidad, y la ley de la
coincidencia de los opuestos. Tales leyes permiten afirmar ‘S es P’ y
negar a la vez ‘S es P’, pues señalan que si ‘S es P’, puede ser
verdadero en el tiempo t, pero puede no ser verdadero en el tiempo t1.
Las leyes de la dialéctica citadas representan una verdadera
modificación de las leyes lógicas formales y que, por lo tanto, los
principios de identidad, de contradicción y de tercio excluso no rigen
en la lógica dialéctica. Por ese motivo la lógica formal (no dialéctica)
ha sido o enteramente rechazada o considerada como una lógica de nivel
inferior, apta solamente para describir la realidad en su fase estable.
Como ontología, la dialéctica hegeliana, en clara deuda con Heráclito y con el monismo de Spinoza, concibe la realidad dinámicamente como una oposición de contrarios.
La dialéctica como ontología entiende que hay una regla, un orden en
el continuo fluir de contradicciones y que se da en tres momentos que se
corresponden con las expresiones de Fichte: Tesis, antítesis y
síntesis, aunque Hegel utilizará otros términos al referirse a ellas.
En un primer momento (tesis, posición), lo que está “en sí” se niega y
se desgarra (aliena) en lo “otro” (antítesis, negación). Estos dos
momentos se reconcilian en un tercero (síntesis, negación de la
negación. Superación) que, de manera circular, se convierte en un nuevo
primer momento (tesis) que deberá ser negado otra vez.
La nueva lógica que propone Hegel no se basa, sin embargo, en el principio de identidad, sino en el principio de contradicción.
Invirtiendo la postura de Hegel, Marx construirá una dialéctica en
torno a la materia (no a la idea), cuya finalidad no será la simple
teorización y justificación de la realidad, sino su transformación
revolucionaria.
La dialéctica se fundamenta en tres leyes, elaboradas por
Engels en su materialismo dialéctico y que pueden enunciarse de la
siguiente manera:
- Ley de unidad y lucha de los contrarios: Todo en la naturaleza está compuesto por parejas de opuestos que residen en la materia y están en continua lucha causando los movimientos y cambios de la naturaleza y su diversificación en distintos seres.
- Ley de conversión de la cantidad en la cualidad y viceversa: el aumento o la disminución de la cantidad de materia transforma y cambia la cualidad de las cosas y al revés, lo que supone un mejoramiento de los seres, entendido como un progreso (evolución).
- Ley de la negación de la negación: La negación preside todos los cambios constituyéndose en tríadas dialécticas en las que el primer contrario es la tesis, el segundo la negación de la tesis (antítesis) y el tercero la negación de la negación de la tesis (síntesis), que agrupa lo bueno de las dos primeras.
A partir de estas leyes Marx elabora una dialéctica de la historia,
denominada materialismo histórico, que se fundamenta en el desarrollo de
las fuerzas de producción (el trabajo) y cuyo motor es la lucha de
clases.
Como la base real de cualquier sociedad es la estructura económica, y
esta está constituida por las relaciones de producción, la historia no
se conduce por las ideas (o la razón hegeliana), que no son sino
elementos de la superestructura o ideología. Al contrario, la ideología
dominante en cualquier época es la ideología de la clase dominante, y
siempre justifica la estructura económica que la ha generado.
Cuando las fuerzas productivas entran en contradicción con
las relaciones de producción o con las relaciones de propiedad en las
que habían surgido, se abre un período de transformación radical
(antítesis) que se resuelve en un nuevo período (tesis) en el que se
establecen nuevas relaciones de producción.
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