Ángel Ganivet (1865-1898), nuestro filósofo-novelista, el precursor de la generación del 98, quedó dicho que toda nuestra Historia demuestra que nuestros triunfos fueron debidos más a nuestra energía espiritual que a nuestra fuerza puesto que nuestras fuerzas siempre fueron inferiores a nuestras obras.
Expone Paulino Garagorri en su libro "La filosofía española en el siglo XX" que Ganivet, en la interpretación de Miguel Olmedo, resulta ser precisamente un singular ejemplo de una deliberada reactualización de los valores del hombre antiguo, adhesión de Ganivet que no se orienta hacia los valores de la antigüedad, vagamente aludidos, sino muy estrictamente hacia una precisa escuela: la filosofía cínica.
Continúa Garagorri diciendo que teme que entre la vulgaridad y la erudición se halle desdibujada la idea del cínico y no sea ocioso recordar el párrafo en que con notable acierto inicia Ferrater Mora una breve exposición de ese pensamiento:
"¿Qué fue, pues, el cinismo? Reducidas todas sus diferencias a un común denominador, esto: un modo de afrontar la crisis. Por lo pronto, consistió en acentuarla hasta el extremo. Fue la filosofía de la inseguridad total, de la completa ausencia de arrimadura. No debe sorprendernos. El mundo dentro del cual surgía el cinismo era un mundo lleno de amenazas. De amenazas concretas. Los temas de la antigua diatriba cínica -el destierro, la esclavitud, la pérdida de libertad- no eran tópicos retóricos: designaban realidades tangibles e inminentes. Hay ciertas épocas en las cuales los hombres descubren que pueden dejar de ser hombres. Todo el esfuerzo se cifra entonces en resistir. Por encima de todo, se trata de mantenerse en pie. El cínico adoptó definitivamente esta línea de conducta. Pero mantenerse en pie no quiere decir aquí conservar las posiciones sociales. Todo lo contrario; significa abandonarlas y concentrarse en un difícil imperativo: ser hombre. El cínico aspiró a ser nada menos que todo un hombre." Pero ¿cómo practicar semejante imperativo? "... su capacidad de actuación se concentró en una acción simple, insolente, descarnada: el desprecio. De la sociedad no parecía quedar ya nada. A lo sumo, su máscara: las convenciones... Su grito de combate fue: ¡Abajo las convenciones! Para eso servía justamente el desprecio... ¿Para qué guardar hipócritamente las apariencias? Mejor es echarlo todo por la borda, no vivir en falso, afrontar la crisis sin remilgo. He aquí la esencia del cinismo" (El hombre en la encrucijada, 1952).
Mantiene Garagorri que Ángel Ganivet fue un precursor, y así, como un precursor, acomodó su ideario al consejo de Antístenes, el fundador de la escuela cínica, quien afirmaba que "para la vida se deben prevenir aquellas cosas que en un naufragio salgan nadando con el dueño".
Para Ganivet la enfermedad más grave del mundo contemporáneo es el nihilismo. Reseña acertadamente Garagorri en su libro la carta de Ganivet a Navarro Ledesma en la que dice: "Cuanto a muchos les choca el malestar general de nuestro tiempo en que la vida ha mejorado tanto, dan ganas de tirarles a la cabeza el Evangelio, donde ya está dicho para siempre que el mal viene de dentro y no de fuera, que el descontento no es obra de la miseria exterior, sino de la interior."
Conviene no olvidar que los primeros nihilistas fueron los sofistas griegos, en especial Gorgias; y que las tesis gorgianas conducen a un escepticismo radical, a un nihilismo del ser, el pensar y el decir.
La sociedad actual arrastra el mismo mal que Ganivet apuntaba. Las convenciones, las apariencias, el vivir en falso propio de los sofistas nos inunda, nos ahoga. Se hace preciso adoptar y aspirar al imperativo categórico de ser persona por encima de todo; de acentuar la crisis hasta el extremo. De desembarazarnos cuanto antes de toda esa sofística que anega, cubre y satura nuestra sociedad; de toda esa sofística que va desde el ámbito político e institucional, hasta el educativo o el laboral.
Queremos, necesitamos más bien, ir a la esencia de las cosas, requerimos hechos, funcionalidades prácticas; no simples fuegos de artificio. No nos valen los quítate tú para ponerme yo, apremiamos realidades tangibles, constatables; y por encima de todas ellas posibilidades reales de participación activa en aquellas cuestiones que nos atañen.
Queremos, necesitamos más bien, salir de este nihilismo paralizante, de este callejón sin salida que representa el que las cosas se hagan sin nuestra participación, sin contar con nuestras opiniones, sin buscar nuestra implicación activa. Para no defraudar a los ciudadanos hay que trabajar, trabajar y trabajar por desbrozar los caminos que permitan a este hacerse cargo de los asuntos que le conciernen; y dado que somos un animal político como acertadamente mantenía Aristóteles, pues, al igual que empieza a acontecer con la educación, el ámbito de las decisiones, que es todo, también ha de ser entre todos. Ser persona por encima de todo significa ser partícipe de todo, lo demás es simple nihilismo, simple sofística alienante.
Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
Expone Paulino Garagorri en su libro "La filosofía española en el siglo XX" que Ganivet, en la interpretación de Miguel Olmedo, resulta ser precisamente un singular ejemplo de una deliberada reactualización de los valores del hombre antiguo, adhesión de Ganivet que no se orienta hacia los valores de la antigüedad, vagamente aludidos, sino muy estrictamente hacia una precisa escuela: la filosofía cínica.
Continúa Garagorri diciendo que teme que entre la vulgaridad y la erudición se halle desdibujada la idea del cínico y no sea ocioso recordar el párrafo en que con notable acierto inicia Ferrater Mora una breve exposición de ese pensamiento:
"¿Qué fue, pues, el cinismo? Reducidas todas sus diferencias a un común denominador, esto: un modo de afrontar la crisis. Por lo pronto, consistió en acentuarla hasta el extremo. Fue la filosofía de la inseguridad total, de la completa ausencia de arrimadura. No debe sorprendernos. El mundo dentro del cual surgía el cinismo era un mundo lleno de amenazas. De amenazas concretas. Los temas de la antigua diatriba cínica -el destierro, la esclavitud, la pérdida de libertad- no eran tópicos retóricos: designaban realidades tangibles e inminentes. Hay ciertas épocas en las cuales los hombres descubren que pueden dejar de ser hombres. Todo el esfuerzo se cifra entonces en resistir. Por encima de todo, se trata de mantenerse en pie. El cínico adoptó definitivamente esta línea de conducta. Pero mantenerse en pie no quiere decir aquí conservar las posiciones sociales. Todo lo contrario; significa abandonarlas y concentrarse en un difícil imperativo: ser hombre. El cínico aspiró a ser nada menos que todo un hombre." Pero ¿cómo practicar semejante imperativo? "... su capacidad de actuación se concentró en una acción simple, insolente, descarnada: el desprecio. De la sociedad no parecía quedar ya nada. A lo sumo, su máscara: las convenciones... Su grito de combate fue: ¡Abajo las convenciones! Para eso servía justamente el desprecio... ¿Para qué guardar hipócritamente las apariencias? Mejor es echarlo todo por la borda, no vivir en falso, afrontar la crisis sin remilgo. He aquí la esencia del cinismo" (El hombre en la encrucijada, 1952).
Mantiene Garagorri que Ángel Ganivet fue un precursor, y así, como un precursor, acomodó su ideario al consejo de Antístenes, el fundador de la escuela cínica, quien afirmaba que "para la vida se deben prevenir aquellas cosas que en un naufragio salgan nadando con el dueño".
Para Ganivet la enfermedad más grave del mundo contemporáneo es el nihilismo. Reseña acertadamente Garagorri en su libro la carta de Ganivet a Navarro Ledesma en la que dice: "Cuanto a muchos les choca el malestar general de nuestro tiempo en que la vida ha mejorado tanto, dan ganas de tirarles a la cabeza el Evangelio, donde ya está dicho para siempre que el mal viene de dentro y no de fuera, que el descontento no es obra de la miseria exterior, sino de la interior."
Conviene no olvidar que los primeros nihilistas fueron los sofistas griegos, en especial Gorgias; y que las tesis gorgianas conducen a un escepticismo radical, a un nihilismo del ser, el pensar y el decir.
La sociedad actual arrastra el mismo mal que Ganivet apuntaba. Las convenciones, las apariencias, el vivir en falso propio de los sofistas nos inunda, nos ahoga. Se hace preciso adoptar y aspirar al imperativo categórico de ser persona por encima de todo; de acentuar la crisis hasta el extremo. De desembarazarnos cuanto antes de toda esa sofística que anega, cubre y satura nuestra sociedad; de toda esa sofística que va desde el ámbito político e institucional, hasta el educativo o el laboral.
Queremos, necesitamos más bien, ir a la esencia de las cosas, requerimos hechos, funcionalidades prácticas; no simples fuegos de artificio. No nos valen los quítate tú para ponerme yo, apremiamos realidades tangibles, constatables; y por encima de todas ellas posibilidades reales de participación activa en aquellas cuestiones que nos atañen.
Queremos, necesitamos más bien, salir de este nihilismo paralizante, de este callejón sin salida que representa el que las cosas se hagan sin nuestra participación, sin contar con nuestras opiniones, sin buscar nuestra implicación activa. Para no defraudar a los ciudadanos hay que trabajar, trabajar y trabajar por desbrozar los caminos que permitan a este hacerse cargo de los asuntos que le conciernen; y dado que somos un animal político como acertadamente mantenía Aristóteles, pues, al igual que empieza a acontecer con la educación, el ámbito de las decisiones, que es todo, también ha de ser entre todos. Ser persona por encima de todo significa ser partícipe de todo, lo demás es simple nihilismo, simple sofística alienante.
Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
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