martes, 5 de diciembre de 2006

CARLOS MARX solía decir: "Todo lo que sé es que yo no soy marxista".

Carlos Marx estaba harto de idealismo, de ideologismo, de utopismo y de fantasmagorías, por eso viendo lo que concebían los que en su tiempo se hacían llamar marxistas dijo su categórica frase: "Todo lo que sé es que yo no soy marxista". Hoy seguiría repitiéndola, pues los marxistas de hoy siguen practicando un marxismo vulgar
Javier Caso Iglesias [04.08.2006 08:44] - 1641 lecturas


CARLOS MARX solía decir: "Todo lo que sé es que yo no soy marxista".

La frase de Carlos Marx "Todo lo que sé es que yo no soy marxista" la reproduce Federico Engels en una carta que dirige a Paul Lafargue fechada el 27 de octubre de 1890. En dicha comunicación Engels exponía las razones que habían llevado a Marx a pronunciarla, la fundamental de ellas era la relativa a que la mayoría de los grupos que ya en vida de Marx se autocalificaban como marxistas, no solían practicar otra cosa más que un mero socialismo vulgar de carácter ideológico; grupos "marxistas" de los que escribía Engels, citando lo que decía Heine de sus imitadores, "sembré dragones y coseché pulgas".

En la realidad actual, como podemos empíricamente comprobar, la mayoría de las organizaciones y grupos "marxistas" existentes son de este tipo, formaciones políticas que basan su teoría en fantasmagorías, ideologías, idealismos o utopías. La comprobación empírica no es otra que su evidencia representativa en la realidad práctica. Consecuencia de ello no pueden tener otra acción práctica más que el voluntarismo tacticista que, a lo sumo, les puede valer para subsistir como grupúsculo, pero que no les lleva ni les llevará nunca a ser organizaciones hegemónicas de la clase social que dicen representar y por tanto nunca serán formaciones transformadoras de realidades sociales.

Recientemente aparecía en algunos medios un artículo de Ricardo Rivera titulado igual que el que Manuel Sacristán escribiera el 14 de marzo de 1983 en ocasión del centenario de la muerte de Carlos Marx, esto es, ¿Qué Marx se leerá durante el siglo XXI? En el citado artículo cita a Fernando Mires, sociólogo chileno radicado en Alemania, el cual dice: "Los marxismos después de Marx tienen el dudoso mérito histórico de haber elevado las ideologías a la categoría de ciencia y, lo que es más grave, de haber rebajado determinadas ciencias (como la historia, o mejor, el materialismo histórico) a la categoría de ideologías. Y no deja de ser una paradoja. Marx, como ningún otro representante de la modernidad, anunció sus teorías como una declaración de guerra a la religión, a las utopías y a las ideologías. Y ninguna teoría se ha seguido con tanto fervor religioso, con tanta dedicación utópica y, sobre todo, con tanto delirio ideológico como el marxismo (o los marxismos)".

Marx no era un ideólogo, ni un inventor; Marx era un científico y eso exigía del proletariado, así como del partido en el que estos se organizaran. Marx insistió siempre en la necesidad de una concepción científica del proletariado como requisito para que pueda jugar su papel de emancipador de la humanidad. Incluso llegó a expresar "la clase obrera no tiene ideales por realizar", o sea, la meta histórica del proletariado, como dice Ricardo Rivera en su artículo, no es en esencia una cuestión ética.

Nuestra meta histórica es una tarea científica, y para desarrollarla, como ya decía Marx en su tesis doctoral, dedicada a la filosofía de Demócrito y Epicuro, tenemos que transformarnos en seres humanos autoconscientes, seres humanos conscientes de sí mismos. Hacer desembocar la crítica a cualquier tipo de fantasmagoría, de utopía, de ideología o de religión, como así exponía Marx en sus manuscritos económicos-filosóficos "en la doctrina de que el hombre es la esencia suprema para el hombre y por consiguiente en el imperativo categórico de echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable". Para ello es condición imprescindible, como manifestaba Marx en las Tesis sobre Feuerbach, que el proletariado se apropie de la filosofía de la praxis que representa el materialismo dialéctico y, gracias a ella, el proletariado "de ser una fuerza espiritual pasará a ser una fuerza material".

Para que de proletarios, de trabajadores, de obreros (a los que las actuales relaciones de producción nos mantienen en una situación de seres humillados, sojuzgados, abandonados y despreciables), pasemos a ser sujetos históricos del cambio social, tenemos que fusionar a nuestra faceta productiva, la autoconciencia política; uniendo indisociablemente nuestro ser productivo con nuestro ser político. Únicamente así iniciaremos la senda de nuestra emancipación que nos llevará de ser seres forzados que deben de ofrecer en el mercado su fuerza de trabajo para poder subsistir a ser seres humanos plenamente realizados, con ello habremos conseguido que las relaciones de unos seres humanos con otros no se conviertan en mercancías, evitando con ello la cosificación de nuestras relaciones.

Ahora bien, hacer del sujeto productivo un sujeto histórico requiere el enorme esfuerzo de hacerlo autoconsciente, además, hacerlo autoconsciente de la necesidad de dotarse de un pensamiento rigurosamente científico que lo emancipe de la alienación al que lo someten unas relaciones de producción que le cosifican y le convierten en mercancía.

Sin una filosofía de la praxis, que nos aleje del voluntarismo, del tacticismo, de la utopía, de las fantasmagorías, así como de todos esos productos que la ideología engendra, esta tarea sería imposible. Necesitamos pues una filosofía de la praxis, una filosofía científico-técnica rigurosa que nos sirva de guía para la acción.

Si observamos la realidad a la luz de los avances de la ciencia y de la técnica no nos queda otra que reconocer que esta filosofía de la praxis no puede ser otra que el materialismo dialéctico. Expliquemos porqué:
En la actualidad cualquier diccionario al que recurramos nos define a la materia como todo lo que existe en el Universo, compuesto por partículas elementales agrupadas en átomos y moléculas. O sea, que somos materia, por tanto materialistas. Cualquier diccionario también nos informa que la materia se puede transformar en energía mediante un proceso de desmaterialización y viceversa, que la energía se puede transformar en materia por un proceso de materialización; esto es, que la energía no es más que materia desmaterializada que se puede materializar. Por tanto la nada no existe y todo es materia y, consecuencia de ello, nosotros materialistas. Incluso "Los fantasmas formados en el cerebro humano -afirmaba Marx- son necesariamente sublimaciones de su proceso material de vida".
Por otra parte la ciencia nos informa que, indistintamente de la forma que adopte la materia, su naturaleza inherente es dialéctica, o sea, que esta materia o energía, según se nos presente, se encuentra en constante movimiento; para certificar esta evidencia no tenemos más que observarla a través de un microscopio, cosa esta para la que ni siquiera hace falta ser ya un científico, pues la sabe realizar cualquier estudiante de primer curso de secundaria.

El primer paso está dado, somos autoconscientes de nuestra naturaleza materialista y dialéctica. Ahora vayamos a por el segundo que no es otro que el relativo a entender, desde esta filosofía materialista y dialéctica, que hacemos como seres humanos en la historia.

El segundo paso estaría completado si entendemos que lo que el ser humano ha hecho desde su aparición como especie en este mundo y que no es otra cosa que lo mismo que hace la materia, lo mismo que hace la naturaleza, esto es, producir su vida material.

La producción de la vida material se hace, como no podría ser de otra forma, conforme a la esencia inherente de la materia, esto es, dialécticamente, por eso la llamamos vida, porque está viva, en constante movimiento, o sea, negándose constantemente y superándose (ley general de la dialéctica llamada negación de la negación), elevándose de lo inferior a lo superior, pasando de la potencia al acto que diría Aristóteles (ley general de la dialéctica llamada de transformación de lo cuantitativo en cualitativo), así como luchando contra lo que nos resulta aversivo e incluso uniéndose en algunos momentos a lo menos malo al objeto de combatir lo peor (ley general de la dialéctica llamada de unidad y lucha de los contrarios).

Debemos entender que esta producción de la vida material, a lo largo de la historia, así como desde el momento en que el ser humano puebla la tierra, se ha llevado a cabo mediante diferentes modos de producción.

El primer modo de producción fue el de la comunidad primitiva, que llegada a cierta fase de desarrollo se mostró incapaz de satisfacer las necesidades del grupo con mayor nivel de autoconciencia, forzando este grupo, que técnicamente se le llama formación socio-económica, el paso a otro modo de producción que satisfacía mejor sus necesidades materiales, aunque fuera a costa del grupo o colectivo humano con menor nivel de autoconciencia. Se pasó así al modo de producción esclavista que duró hasta que las relaciones de producción lastraron el desarrollo de las fuerzas productivas capaces de dar nueva satisfacción a las necesidades crecientes del grupo social, esto es, de la formación socio-económica hegemónica; siendo este modo de producción sustituido a su vez por el modo de producción del feudalismo, en el cual los esclavos libres llamados siervos resultaban para la nobleza mucho más productivos, al objeto de mantener su nivel de necesidades satisfechas, que los esclavos, pues al tener el siervo cedida una parte de la tierra propiedad del noble trabajaba mucho más activamente aunque tuviera que dar a cambio al noble una parte del producto de su trabajo. Algunos siervos terminaron convirtiéndose en burgueses gracias a su conversión en usureros, comerciantes y artesanos. Pues los siervos que habían tenido buenas cosechas podía prestar a interés a los siervos que no las habían obtenido tan buenas, así conseguían tierras adicionales en caso de que el siervo empobrecido no pudiera pagar sus deudas, pasando el empobrecido a depender del que se había transformado en persona enriquecida. El poseedor de estos recursos podía delegar sus funciones productivas en quienes de él dependían y dedicarse, además de a la usura, al comercio o a la producción de productos mediante las manufacturas que fueron surgiendo en las ciudades. Estos siervos enriquecidos propugnaron otro nuevo cambio en el modo de producción modificando las relaciones de producción hasta entonces existentes, así apareció el modo burgués de producción que satisfacía mejor las necesidades de esta nueva formación socio-económica más pujante que la nobleza que había aparecido en escena. Las relaciones de producción quedaron configuradas por la nueva clase en ascenso, colocándose de un lado ella, la burguesía y del otro al proletariado; esto es, de un lado los nuevos poseedores de los medios de producción y de otro los desposeídos de los mismos. Estos desposeídos ya no eran siervos, pues la burguesía quería tener a su disposición, al objeto de poder aumentar mejor el desarrollo de las fuerzas productivas que daban satisfacción a sus cada vez mayores necesidades, personas a las que alquilar su fuerza de trabajo no de una forma permanente, sino en función de sus necesidades; esto es en función de cómo les fueran los negocios que emprendían.

En la actualidad tenemos pendiente la nueva fase de desarrollo que se emprenderá cuando el proletario se transforme en sujeto histórico, cosa que sucederá cuando el proletariado sea autoconsciente, cuando el proletariado descubra, aplicando una filosofía de la praxis, una filosofía científico-técnica, una filosofía, por tanto, materialista y dialéctica, tanto la historia real de la humanidad, así como la economía política científica que la rige.

Ahora tenemos pendiente que ese sujeto histórico autoconsciente, orientado por una filosofía de la praxis que sea una verdadera guía para la acción, se erija en el mayor desarrollador de las fuerzas productivas porque conozca la correspondencia, que explica la economía política científica, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, porque conozca la correspondencia entre la estructura y la superestructura de un modo de producción, porque conozca la correspondencia entre el grado de autoconciencia entre el sujeto social que se erige en mayor desarrollador de las fuerzas productivas y la formación socio-económica hegemónica y emancipada en todo tipo de sociedad.

Ahora tenemos que entender que el proletariado cuando históricamente ha triunfado ha sido por esto, y a esto se han debido sus más estrepitosos fracasos. Si nos erigimos en impulsores decididos del desarrollo de las fuerzas productivas pondremos en evidencia la obsolescencia de las relaciones de producción, cuando la conciencia de esta obsolescencia sea un clamor manifiesto y mayoritario estaremos en condiciones de cambiarlas, dando paso a una hegemonía en la superestructura de la formación socio-económica de la que formamos parte.

Ahora debemos de entender, como así lo explica la filosofía científico-técnica del materialismo dialéctico y de la economía política científica, la correlación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y nuestra emancipación, entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la satisfacción creciente de nuestras necesidades infinitas que ineludiblemente pasarán, dado el actual avance de las ciencias y de la medicina, por el alargamiento de la vida, que junto al incremento por natalidad de la población nos abrirán nuevos horizontes, llevándonos esta realidad seguramente, aupados por la ciencia y la tecnología, y como hicieron los antiguos griegos, a fundar colonias, en nuestro caso ya no en otros parajes de este planeta llamado tierra, sino en otros planetas. Esto que parece ahora utópico, y si obviamente no queremos perecer como especie, de seguro que no lo será con el tiempo; pues existe otra evidencia empírica y dialéctica que el tiempo apoya, pues nuestro Sol es una estrella en su fase máxima de crecimiento. A partir de esta etapa cesa el aumento de temperatura, y la estrella se enfría definitivamente, aunque continúe la contracción de su volumen. En el curso del paso del tiempo la coloración blanca y azulada, propia de una estrella en sus primeras edades, pasa a blanca y después a amarillenta, que es el caso de nuestro Sol. Mientras tanto no cesan la disminución de volumen ni la pérdida de masa por radiación. O sea, que la materia, dialéctica y celosa de su imperturbable, inherente e ineludible desarrollo permanente nos pone ante nuevas necesidades ajenas a nuestra voluntad que tendremos que superar, como hemos y estamos tratando de superar las relaciones de producción que también son ajenas a nuestra voluntad, disipándolas, como diría Marx, con el desarrollo de nuestras fuerzas productivas.

Para terminar nada mejor que recordar lo que decía al principio, Carlos Marx estaba harto de idealismo, de ideologismo, de utopismo y de fantasmagorías, por eso viendo lo que concebían los que en su tiempo se hacían llamar marxistas dijo su categórica frase: "Todo lo que sé es que yo no soy marxista". Hoy seguiría repitiéndola, pues lo característico de los marxistas de hoy es que siguen practicando un marxismo vulgar, voluntarista, tacticista, dogmático y reformista que nada sabe de dialéctica materialista, que nada sabe de materialismo histórico, que nada sabe de economía política, que nada sabe de filosofía de la praxis, que nada sabe, en definitiva, de ciencia. Menos mal que a los proletarios nos queda el Marx auténtico, menos mal que con él podemos decir que no hay contradicción que no sea disuelta por el ineludible desarrollo de las fuerzas productivas, menos mal que no hay contradicción que no sea disuelta por la modificación de las relaciones obsoletas de producción, menos mal que no hay contradicción que no sea disuelta por la autoconciencia y la autoorganización del proletariado cuando este se constituye en sujeto histórico, menos mal que no hay contradicción que no sea disuelta cuando el sujeto histórico adopta una filosofía de la praxis de carácter materialista dialéctico como guía para su acción; esa filosofía que nos lleva a reafirmarnos en el grito del Che: HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.

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