martes, 5 de diciembre de 2006

Realidad, racionalidad y necesidad: Los nuevos retos de la izquierda transformadora en la época presente.

Nuestra función debe de ser la de recuperar los principios de realidad, de racionalidad y de necesariedad (por tanto nada de crítica bunkerizada ni de entreguismo claudicante). No sólo tenemos que negar, sino que tenemos que superar luego la negación. Tenemos, pues, que negar de tal modo que se produzca de esa negación su desarrollo: Una realidad nueva y viable.
Javier Caso Iglesias (Ateneo Valeriano Orobón Fernández) [26.06.2006 08:58] - 386 lecturas - 5 comentarios


Antes de proceder a mostrar mis criterios sobre el significado de los conceptos realidad, racionalidad y necesidad en relación con el escenario social y político actual, así como ante los nuevos retos que como izquierda transformadora tenemos que abordar (esperemos que, ahora sí, con éxito), permítaseme recomendar la lectura de los dos pequeños extractos de los textos que a continuación se exponen:

Según Hegel, la realidad no es, ni mucho menos, un atributo inherente a una situación social o política dada en todas las circunstancias y en todos los tiempos. Al contrario. La república romana era real, pero el imperio romano que la desplazó lo era también. En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan irreal, es decir, tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrida por la gran Revolución, de la que Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo irreal era la monarquía y lo real la revolución. Y así, en el curso del desarrollo, todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable; pacíficamente, si lo viejo es lo bastante razonable para resignarse a morir sin lucha; por la fuerza, si se opone a esta necesidad. De este modo, la tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real, dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque todavía con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional se resuelve siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.
La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un "Estado" perfecto, son cosas que sólo pueden existir en la imaginación; por el contrario; todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en él proceso infinito del desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias y, por tanto, legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a otra fase más alta, a la que también le llegará, en su día, la hora de caducar y perecer. Del mismo modo que la burguesía, por medio de la gran industria, la concurrencia y el mercado mundial, acaba prácticamente con todas las instituciones estables, consagradas por una venerable antigüedad, esta filosofía dialéctica acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estados absolutos de la humanidad, congruentes con aquélla. Ante esta filosofía, no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve su carácter perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía. Cierto es que tiene también un lado conservador, en cuanto que reconoce la legitimidad de determinadas fases sociales y de conocimiento, para su época y bajo sus circunstancias; pero nada más. El conservadurismo de este modo de concebir es relativo; su carácter revolucionario es absoluto, es lo único absoluto que deja en pie. (Federico Engels.- Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Año 1886).

En la dialéctica, negar no significa simplemente decir no, o declarar inexistente una cosa, o destruirla de cualquier modo. La naturaleza de la negación dialéctica está determinada por la naturaleza general y especial del proceso. No sólo tengo que negar, sino que tengo que superar luego la negación. Tengo, pues, que establecer la primera negación de tal modo que la segunda siga siendo o se haga posible. Toda especie de cosas tiene su modo propio de ser negada de tal modo que se produzca de esa negación su desarrollo, y así también ocurre con cada tipo de representaciones y conceptos.
¿Qué papel desempeña en Marx la negación de la negación? Marx muestra simplemente con método histórico y resume brevemente en estos párrafos que, al modo como en otro tiempo la pequeña industria produjo necesariamente por su propio desarrollo las condiciones de su aniquilación, es decir, la expropiación de los pequeños propietarios, así ahora el modo de producción capitalista produce igualmente las condiciones materiales bajo las cuales tiene que perecer. El proceso es histórico y si, al mismo tiempo, es dialéctico, ello no es culpa de Marx, por mucho que disguste al señor Düring. (Federico Engels.- Anti-Dühring. Año 1878).

Que enseñanzas nos traslada Engels en estos textos que puedan sernos útiles en las circunstancias presentes, a esta maltrecha (por momentos) izquierda transformadora que representamos.

La primera es obvia y nos lleva a tener en consideración el principio de realidad del que la izquierda transformadora ha prescindido durante un excesivo espacio de tiempo (así nos va), esto es: lo racional será real siempre y cuando demuestre ser necesario, al tiempo que lo irreal es irracional por estar despojado de toda necesidad.

Digo que es obvio y que así nos va por la patente y tozuda realidad que durante tantos años nos ha caracterizado y que ha terminado por ubicarnos en el mundo de lo ideal y de lo irracional; pues, no es cierto por evidencia empírica, la total carencia de realidad de nuestras propuestas y prácticas. Insisto, por evidencia empírica, ya que es únicamente en la práctica donde se prueban, según nuestro método científico de análisis y validación, la realidad de una teoría o propuesta.

No tendríamos que proceder (ya es hora), al objeto de hacer necesarias nuestras propuestas (como así también nos indica nuestro método científico de análisis y validación), eliminando de las mismas todo tipo de extravagancia teórica.

Si como afirma Engels, que en el curso del desarrollo, toda realidad termina tornándose irrealidad, pierde su necesidad su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable; no deberíamos nosotros mismos, como izquierda transformadora, habernos despojado (mediante el análisis teórico y la validación práctica) de la irrealidad en la que en estos últimos años nos hemos ido convirtiendo. Obviamente no hemos podido, y esto por la simple evidencia de haber abandonado el método de análisis y validación que nos hubiera regenerado. Al abandonar el método de análisis y validación dialéctico-materialista se pierde (como nos ocurre en la actualidad a la izquierda transformadora) la ligazón con la realidad, dejando por ello de ser necesarios y pasando a formar parte de lo irreal, de lo irracional y de lo prescindible.

Uno de nuestros problemas fundamentales como izquierda transformadora es no haber entendido, para con nosotros mismos, la rotunda realidad de la historia y del conocimiento, digámoslo con las palabras de Engels: La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un "Estado" perfecto, son cosas que sólo pueden existir en la imaginación; por el contrario; todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en él proceso infinito del desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior.

En este punto hemos procedido como aquellos médicos que prescriben para los demás lo que no son capaces de dictarse para ellos mismos.

Tampoco hemos sabido interpretar, explicar y digerir (no solo en relación con los demás, sino fundamentalmente con respecto a nosotros mismos como realidad organizada) el hecho, como también nos dice Engels, de que todas las fases son necesarias y, por tanto, legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a otra fase más alta, a la que también le llegará, en su día, la hora de caducar y perecer.

Hemos por tanto de ocuparnos (esto siempre y cuando queramos salir del mundo de lo imaginario en el que por evidencia empírica nos encontramos y, siempre y cuando, deseemos tener algún tipo de incidencia en el mundo de lo real), hemos por tanto de asumir, como izquierda transformadora, de una forma resueltamente efectiva, tanto en lo teórico como en lo práctico, que la filosofía dialéctica acaba (para todos, incluidos nosotros) con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estados absolutos de la humanidad, congruentes con aquélla. Ante esta filosofía, como insiste Engels, no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve su carácter perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía. Cierto es que tiene también un lado conservador, en cuanto que reconoce la legitimidad de determinadas fases sociales y de conocimiento, para su época y bajo sus circunstancias; pero nada más. El conservadurismo de este modo de concebir es relativo; su carácter revolucionario es absoluto, es lo único absoluto que deja en pie.

Por ello, al abandonar la izquierda transformadora el modo de concebir dialéctico-materialista se ha desligado de lo único absoluto que contiene, se ha desligado de su carácter transformador. El estancamiento en el que se haya sumida, toda la izquierda transformadora en su conjunto y sin excepción, no se debe a otra cosa más que a esta evidencia: el abandono del modo de concebir dialéctico-materialista.

Nada hace más claro e indiscutible esto que señalamos que la forma bunkerizada que tenemos, como izquierda transformadora, de negar y de criticar (lo que demuestra, como he dicho en otras ocasiones, nuestra impotencia y que nos termina llevando a las situaciones que, permanentemente, vivimos; pues nada hay más cercano al entreguismo (sin condiciones además a las tesis del adversario) que la crítica bunkerizada. Del izquierdismo al reformismo no hay más que un paso), en la dialéctica, sigamos recordando lo que nos enseña Engels, negar no significa simplemente decir no, o declarar inexistente una cosa, o destruirla de cualquier modo. No sólo tengo que negar, sino que tengo que superar luego la negación. Tengo, pues, que establecer la primera negación de tal modo que la segunda siga siendo o se haga posible. Toda especie de cosas tiene su modo propio de ser negada de tal modo que se produzca de esa negación su desarrollo, y así también ocurre con cada tipo de representaciones y conceptos.

Seamos pues consecuentemente materialistas, seamos pues consecuentemente dialécticos. De no ser así seguiremos, como izquierda transformadora, eternamente estando en el mundo de la irrealidad, en el mundo de la irracionalidad, en el mundo de lo ideal, dejando que el escenario de la vida social, económica y política lo gestionen y administren otros, aquellos que se ocupan por diseñar y desarrollar una realidad nueva y viable; y que, hoy por hoy (desafortunadamente y como consecuencia de nuestros garrafales errores) no somos nosotros.

Insisto y recalco, antes de finalizar este escrito, que nuestra función debe de ser la de recuperar los principios de realidad, de racionalidad y de necesariedad (por tanto nada de crítica bunkerizada ni de entreguismo claudicante), al objeto de poder diseñar y desarrollar unas circunstancias sociales, políticas y económicas nuevas y viables. No sólo tenemos que negar, sino que tenemos que superar luego la negación. Tenemos, pues, que negar de tal modo que se produzca de esa negación su desarrollo: Una realidad nueva y viable.

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