martes, 12 de julio de 2011

Un modelo de sociedad experimental

Para algunos, nos dice el profesor José Luis Prieto en su libro titulado "la utopía skinneriana", en el ejercicio del poder, la figura del gobernante benevolente, sería la figura adecuada como modelo arquetípico de control en bien del controlado. Añade Prieto que el gobernante benevolente no actúa con benevolencia porque sea o se sienta benevolente, sugiere indagar en las contingencias que generan esa conducta benevolente. Citando a Skinner dice que "los sentimientos de benevolencia o compasión puede que acompañen tal conducta, pero pueden surgir de condiciones irrelevantes. no son, por tanto, una garantía de que el control necesariamente controlará adecuadamente, bien con respecto a sí mismo, bien con respecto a otros, por el hecho de que se sienta inclinado a la compasión... aunque las culturas avanzan a través de personas cuya sabiduría y compasión pueden llegar a proporcionar claves de acción, presente o futura; con todo, hay que señalar que el proceso último procede del ambiente que convierte a esas personas en sabias o compasivas".

Tanto en el caso del gobernante benevolente como en cualquier versión de la amplia gama de gobernantes, lo efectivo es crear el adecuado contra-control y, por consiguiente, hacer surgir algunas consecuencias que afecten a la conducta del controlador. Tengamos en cuenta que el contra-control se convierte en ineficaz cuando el control es delegado.

Afirma el profesor José Luis Prieto que, en el modelo de sociedad que Skinner propone en Walden Dos, hay una estructura constitucional y, por supuesto, la figura del gobernante carece de sentido, porque cuando todo está bien organizado funciona por sí solo. Además, tratándose de un modelo de sociedad experimental, las disfunciones que pudieran producirse nunca se mantendrían para encubrir la torpeza de los dirigentes, como ocurre en los modelos actuales de sociedad, sino como un tratamiento inadecuado de las variables de un diseño que, necesariamente, habría que modificar.

Por tanto, las vías de solución de un problema o conflicto han de encontrarse en un contra-control más explícito. Siempre tenemos que indagar qué contingencias generan la conducta. Por contra-control se entiende, en el discurso skinneriano, la oposición al control. Nunca ha de entenderse como la negación del control. Es, por decirlo así, una manera de controlar el control.

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