Aparece en Cuadernos de Educación, de la mano de María Caparrós, Ana Jiménez y María Jaén, una interesante descripción de la inteligencia emocional.
Las autoras nos dan a conocer estudios que constatan dos tipos de inteligencia en el ser humano: la racional y la emocional. La racional parece ser que se encuentra ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo, y la emocional en el derecho. Para un funcionamiento equilibrado del ser humano se debe de dar una interacción activa entre ambas, pues una inteligencia es la encargada de pensar, la racional; y la otra es la responsable de sentir, la emocional.
Nos muestran también las autoras que la principal causa del gran fracaso del sistema educativo se encuentra precisamente ahí, pues lo académico está desligado de lo emocional y asentado, en exclusividad, en lo racional. Citan las autoras la reflexión de Daniel Goleman para constatar esta evidencia, relativa a la escuela como un interminable desfile de horas de aburrimiento puntuadas por momentos de gran ansiedad; y se preguntan, como él, ¿Qué nuevas actividades se pueden plantear para llevar a cabo una enseñanza que aleje de las aulas el aburrimiento?
Yo por mi parte también me pregunto cómo es posible que no seamos capaces de captar estas evidencias y actuar en consecuencia, pues, válgame como ejemplo, cuando un niño llega a la escuela ya conoce y maneja con cierta soltura un idioma, reconoce y se interrelaciona con notable suficiencia con otras personas y con el medio; y todo ello a pesar de su corta edad y de la carencia de conocimientos y experiencias previas, y sólo gracias al método lúdico que el niño despliega de una forma casi innata desde su nacimiento.
La Pedagogía Social, corroborando lo dicho, nos informa que los niños tienen la capacidad lúdica asociada a cualquier acción que realizan debido, posiblemente, al esfuerzo que supone el aprendizaje en los dos o tres primeros años de su vida. Sin una motivación de tal calibre, producida por al vivencia placentera de su tarea, sería impensable que pudieran desarrollar tal cantidad y variedad de aprendizajes en el corto espacio de tiempo de su infancia.
Se hace necesario, por tanto, una apuesta decidida por la interrelación de la inteligencia racional con la emocional, siendo conveniente empezar desde ya a aplicar a nuestro obsoleto sistema educativo (que no se caracteriza más que por sus altos índices de fracaso académico y por la insatisfacción que provoca tanto en los alumnos, en los padres y madres de estos, así como en los docentes y hasta en la propia administración que lo gestiona), metodologías lúdico-creativas que brinden tanto a alumnos como a profesores vivencias placenteras, de una gran calidad afectiva, que fomenten el deleite, la satisfacción, el gozo y el placer por el aprendizaje.
Fdo.: Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
Las autoras nos dan a conocer estudios que constatan dos tipos de inteligencia en el ser humano: la racional y la emocional. La racional parece ser que se encuentra ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo, y la emocional en el derecho. Para un funcionamiento equilibrado del ser humano se debe de dar una interacción activa entre ambas, pues una inteligencia es la encargada de pensar, la racional; y la otra es la responsable de sentir, la emocional.
Nos muestran también las autoras que la principal causa del gran fracaso del sistema educativo se encuentra precisamente ahí, pues lo académico está desligado de lo emocional y asentado, en exclusividad, en lo racional. Citan las autoras la reflexión de Daniel Goleman para constatar esta evidencia, relativa a la escuela como un interminable desfile de horas de aburrimiento puntuadas por momentos de gran ansiedad; y se preguntan, como él, ¿Qué nuevas actividades se pueden plantear para llevar a cabo una enseñanza que aleje de las aulas el aburrimiento?
Yo por mi parte también me pregunto cómo es posible que no seamos capaces de captar estas evidencias y actuar en consecuencia, pues, válgame como ejemplo, cuando un niño llega a la escuela ya conoce y maneja con cierta soltura un idioma, reconoce y se interrelaciona con notable suficiencia con otras personas y con el medio; y todo ello a pesar de su corta edad y de la carencia de conocimientos y experiencias previas, y sólo gracias al método lúdico que el niño despliega de una forma casi innata desde su nacimiento.
La Pedagogía Social, corroborando lo dicho, nos informa que los niños tienen la capacidad lúdica asociada a cualquier acción que realizan debido, posiblemente, al esfuerzo que supone el aprendizaje en los dos o tres primeros años de su vida. Sin una motivación de tal calibre, producida por al vivencia placentera de su tarea, sería impensable que pudieran desarrollar tal cantidad y variedad de aprendizajes en el corto espacio de tiempo de su infancia.
Se hace necesario, por tanto, una apuesta decidida por la interrelación de la inteligencia racional con la emocional, siendo conveniente empezar desde ya a aplicar a nuestro obsoleto sistema educativo (que no se caracteriza más que por sus altos índices de fracaso académico y por la insatisfacción que provoca tanto en los alumnos, en los padres y madres de estos, así como en los docentes y hasta en la propia administración que lo gestiona), metodologías lúdico-creativas que brinden tanto a alumnos como a profesores vivencias placenteras, de una gran calidad afectiva, que fomenten el deleite, la satisfacción, el gozo y el placer por el aprendizaje.
Fdo.: Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
Me quedé muy impresionada con este artículo, da que pensar... Nos queda mucho por hacer, tanto a padres como a profesores.
ResponderEliminar“Está demostrado que las reformas educacionales tradicionales no logran corregir las desigualdades sociales de origen o dar más igualdad para todos, por lo que el enfoque hoy se centra en los primeros años de vida”, dice el danés Gosta Esping-Andersen.