
Junto con otros muchos ciudadanos, yo me pregunto, en que me vale a mi y a los problemas existenciales y diarios que tengo que afrontar y resolver, la autodeterminación de una región de España que quiere ser país, para llegar a ser estado en un mundo en el que la globalización y la socialización de la producción y de la economía está descartando esos estrechos conceptos por obsoletos, caducos y medievales.
Yo aspiro a la autodeterminación de las personas, no de entelequias ni de territorios; autodeterminación de las personas que se consigue aportándoles a estas lo que demandan, indistintamente de donde hayan nacido, esto es, empleo estable y de calidad, participación activa en la producción, educación, vivienda, cobertura sanitaria; sin olvidar otorgarles afecto, solidaridad, cuidados, empatía y mucho cariño y amor; muchísimo cariño y amor a raudales.
Hemos todos de decir en alto, para que ese grupito identitario que se dedica al enredo se entere, aquello que cantaba Rafael Amor, esto es, no me llames extranjero porque haya nacido lejos, mírame bien a los ojos, más allá del odio, del egoísmo y del miedo, ya verás como somos iguales, no puedo ser extranjero.
Lo siento por aquellos a los que no les guste, pero soy un convencido internacionalista.
Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
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