Mi presentación del articulo de Luis Martínez que titulaba "Cuando los bienes básicos empiezan a comportarse como activos financieros" ha recibido una gran cantidad de comentarios y además de una solidez argumental que agradezco mucho.
Digo en ese artículo que Luis Martínez centra su examen en algo que a la mayoría de los analistas les había pasado desapercibido o, al menos, a l@s ciudadan@s no nos lo habían trasladado; esto es, la nociva actuación que, para la buena salud de la economía, están provocando los especuladores financieros.
Estoy de acuerdo con Kaneda, que comenta este artículo, en que «la especulación con bienes básicos es tan antigua como el propio “libre mercado”: un especulador es alguien que adquiere bienes a bajo precio cuando prevé un aumento de la demanda, esperando que esa demanda haga subir los precios, con lo que consigue vender por un precio superior al que compró obteniendo un beneficio. Hace muuuuchos siglos que existen personas que no buscan disfrutar del bien que compraban, sino beneficiarse de las fluctuaciones de su precio, y por supuesto que lo hacían con bienes básicos, como por ejemplo con el grano. La diferencia entre los especuladores de hoy en día y los antiguos especuladores es que los especuladores actuales poseen más capital con el acaparar productos, y su incidencia es mucho más brutal».
Como también suscribo su iniciativa de «incorporación de la vivienda como servicio público (pasando a ser la vivienda un prestación pública, universal y gratuita como lo es actualmente la sanidad), pues la única forma de evitar totalmente la especulación con la vivienda es impidiendo la obtención de lucro con ese bien de primera necesidad». En este sentido algo se viene haciendo, por ejemplo en Andalucía donde, a través de la Ley del Derecho a la Vivienda, se garantizará a los andaluces una casa, en alquiler o en propiedad, sin que el esfuerzo económico para adquirirla supere en ningún caso un tercio de sus ingresos familiares. Ir avanzando por este camino, con el objetivo final de hacer que la vivienda sea una prestación pública, universal y gratuita, es algo muy positivo.
Nuestro Paco Centeno hace también su aportación al artículo reseñando que «creo que hace mucho que los estados tienen una capacidad muy limitada de impedir las grandes especulaciones y a los grandes especuladores, sea del tipo que sea, incluso sobre los bienes más básicos. La razón es que la economía de los estados ha quedado para los servicios básicos a los ciudadanos. El resto dejó estar en manos de los estados para pasar a particulares».
Otro de los amigos que comentan el artículo citado de Zambrano Fuente, cuyo blog recomiendo visitar pues mantiene una visión muy positiva ante las dificultades entendiéndolas como posibilidades de desarrollo -lo cual es siempre de agradecer-; sostiene Zambrano Fuentes algo que comparto: «Es complicado, pero seguro que se pueden hacer políticas, pero colectivas y no una a una para acelerar este valle del ciclo económico (tal como dice Kaneda) y poder poner la tendencia en positivo».
Quiero terminar argumentando mi posición optimista del asunto desde un punto de vista filosófico, en concreto me vais a permitir que reseñe a ese gran incomprendido y tergiversado filósofo llamado Carlos Marx, ese gran filósofo que, como afirman los autores Luis Alegre Zahonero y Carlos Fernández Liria, en vista de la enorme acumulación de disparates que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del marxismo, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que yo no soy marxista). Pero la ironía de Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates en su nombre, mucho más, claro está, tras su muerte en 1883.
Para abundar más sobre la frase de Carlos Marx «Todo lo que sé es que yo no soy marxista», decir que la reproduce Federico Engels en una carta que dirige a Paul Lafargue fechada el 27 de octubre de 1890. En dicha comunicación Engels exponía las razones que habían llevado a Marx a pronunciarla, la fundamental de ellas era la relativa a que la mayoría de los grupos que ya en vida de Marx se autocalificaban como marxistas, no solían practicar otra cosa más que un mero socialismo vulgar de carácter ideológico; grupos «marxistas» de los que escribía Engels, citando lo que decía Heine de sus imitadores, «sembré dragones y coseché pulgas».
El 7 de mayo de 2007 escribía un artículo con el título «Aquí tienes la clave de lo no entendido sobre Marx», en él dejaba constancia de algo que puede resultar muy esclarecedor, esto es, de las leyes que gobiernan el desarrollo. A continuación lo reproduzco:
Marx se esfuerza en hacer comprender que el capitalismo no es fruto de ninguna injusticia humana, ni de un azar histórico, sino que es una fase impuesta como ineludible necesidad por el proceso histórico de la sociedad que transcurre impuesto por las exigencias del incesante e imparable desarrollo de las capacidades creadoras de las fuerzas productivas.
Marx entiende que no es el capitalismo producto de los capitalistas, sino al revés. Los capitalistas son un producto de una fase del desarrollo histórico de las fuerzas productivas de la sociedad que llamamos capitalismo; por eso la revolución del proletariado está justificada en orden de acelerar la síntesis final para implantar el socialismo. Pero sin ella esta fase capitalista también llegará por fuerza interna del mismo capitalismo a su fin, ya que a medida que este crece va labrando su propia destrucción.
Por tanto, puede concluir Marx, de acuerdo con la base materialista de su interpretación, que “el modo de producción de la vida material determina en general el proceso social, político e intelectual de la vida. No es la conciencia del hombre la que condiciona su manera de ser, sino que es su manera de ser social la que determina su conciencia”. Es decir, las ideas, creencias, etc... son una superestructura edificada sobre la base real de la sociedad que es el trabajo, o sea, el modo de producción de la vida material, o lo que es lo mismo, el desarrollo incesante de las fuerzas productivas; y cuya evolución sigue rigurosamente su curso.
Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
Digo en ese artículo que Luis Martínez centra su examen en algo que a la mayoría de los analistas les había pasado desapercibido o, al menos, a l@s ciudadan@s no nos lo habían trasladado; esto es, la nociva actuación que, para la buena salud de la economía, están provocando los especuladores financieros.
Estoy de acuerdo con Kaneda, que comenta este artículo, en que «la especulación con bienes básicos es tan antigua como el propio “libre mercado”: un especulador es alguien que adquiere bienes a bajo precio cuando prevé un aumento de la demanda, esperando que esa demanda haga subir los precios, con lo que consigue vender por un precio superior al que compró obteniendo un beneficio. Hace muuuuchos siglos que existen personas que no buscan disfrutar del bien que compraban, sino beneficiarse de las fluctuaciones de su precio, y por supuesto que lo hacían con bienes básicos, como por ejemplo con el grano. La diferencia entre los especuladores de hoy en día y los antiguos especuladores es que los especuladores actuales poseen más capital con el acaparar productos, y su incidencia es mucho más brutal».
Como también suscribo su iniciativa de «incorporación de la vivienda como servicio público (pasando a ser la vivienda un prestación pública, universal y gratuita como lo es actualmente la sanidad), pues la única forma de evitar totalmente la especulación con la vivienda es impidiendo la obtención de lucro con ese bien de primera necesidad». En este sentido algo se viene haciendo, por ejemplo en Andalucía donde, a través de la Ley del Derecho a la Vivienda, se garantizará a los andaluces una casa, en alquiler o en propiedad, sin que el esfuerzo económico para adquirirla supere en ningún caso un tercio de sus ingresos familiares. Ir avanzando por este camino, con el objetivo final de hacer que la vivienda sea una prestación pública, universal y gratuita, es algo muy positivo.
Nuestro Paco Centeno hace también su aportación al artículo reseñando que «creo que hace mucho que los estados tienen una capacidad muy limitada de impedir las grandes especulaciones y a los grandes especuladores, sea del tipo que sea, incluso sobre los bienes más básicos. La razón es que la economía de los estados ha quedado para los servicios básicos a los ciudadanos. El resto dejó estar en manos de los estados para pasar a particulares».
Otro de los amigos que comentan el artículo citado de Zambrano Fuente, cuyo blog recomiendo visitar pues mantiene una visión muy positiva ante las dificultades entendiéndolas como posibilidades de desarrollo -lo cual es siempre de agradecer-; sostiene Zambrano Fuentes algo que comparto: «Es complicado, pero seguro que se pueden hacer políticas, pero colectivas y no una a una para acelerar este valle del ciclo económico (tal como dice Kaneda) y poder poner la tendencia en positivo».
Quiero terminar argumentando mi posición optimista del asunto desde un punto de vista filosófico, en concreto me vais a permitir que reseñe a ese gran incomprendido y tergiversado filósofo llamado Carlos Marx, ese gran filósofo que, como afirman los autores Luis Alegre Zahonero y Carlos Fernández Liria, en vista de la enorme acumulación de disparates que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del marxismo, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que yo no soy marxista). Pero la ironía de Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates en su nombre, mucho más, claro está, tras su muerte en 1883.
Para abundar más sobre la frase de Carlos Marx «Todo lo que sé es que yo no soy marxista», decir que la reproduce Federico Engels en una carta que dirige a Paul Lafargue fechada el 27 de octubre de 1890. En dicha comunicación Engels exponía las razones que habían llevado a Marx a pronunciarla, la fundamental de ellas era la relativa a que la mayoría de los grupos que ya en vida de Marx se autocalificaban como marxistas, no solían practicar otra cosa más que un mero socialismo vulgar de carácter ideológico; grupos «marxistas» de los que escribía Engels, citando lo que decía Heine de sus imitadores, «sembré dragones y coseché pulgas».
El 7 de mayo de 2007 escribía un artículo con el título «Aquí tienes la clave de lo no entendido sobre Marx», en él dejaba constancia de algo que puede resultar muy esclarecedor, esto es, de las leyes que gobiernan el desarrollo. A continuación lo reproduzco:
Marx se esfuerza en hacer comprender que el capitalismo no es fruto de ninguna injusticia humana, ni de un azar histórico, sino que es una fase impuesta como ineludible necesidad por el proceso histórico de la sociedad que transcurre impuesto por las exigencias del incesante e imparable desarrollo de las capacidades creadoras de las fuerzas productivas.
Marx entiende que no es el capitalismo producto de los capitalistas, sino al revés. Los capitalistas son un producto de una fase del desarrollo histórico de las fuerzas productivas de la sociedad que llamamos capitalismo; por eso la revolución del proletariado está justificada en orden de acelerar la síntesis final para implantar el socialismo. Pero sin ella esta fase capitalista también llegará por fuerza interna del mismo capitalismo a su fin, ya que a medida que este crece va labrando su propia destrucción.
Por tanto, puede concluir Marx, de acuerdo con la base materialista de su interpretación, que “el modo de producción de la vida material determina en general el proceso social, político e intelectual de la vida. No es la conciencia del hombre la que condiciona su manera de ser, sino que es su manera de ser social la que determina su conciencia”. Es decir, las ideas, creencias, etc... son una superestructura edificada sobre la base real de la sociedad que es el trabajo, o sea, el modo de producción de la vida material, o lo que es lo mismo, el desarrollo incesante de las fuerzas productivas; y cuya evolución sigue rigurosamente su curso.
Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)
¡Hola Javier!
ResponderEliminarMientras leía y escudriñaba tu entrada ha venido a mi mente dos frases que dicen así:
No hay nada oculto que no haya de salir a la luz.
No hay nada nuevo, que no haya sido creado.
Todo el mundo es digno de tener una vivienda digna y de propiedad, pero yo me pregunto ¿Cómo decimos a los capitalistas que deben gestionar el capitalismo de tal manera que se reparta y se administre entre la clase obrera y necesitada?
Creo que en pasar de los años, los siglos y las generaciones algunas prioridades se han trastocado, y lo difícil no es trastocarlas si no devolverlas al estado para lo que se habían creado.
Un saludo y gracias por hacerme reflexionar.
Hola Ruth:
ResponderEliminarBuenas frases nos das a conocer, en especial la primera "no hay nada oculto que no haya de salir a la luz". Todo ha de acontecer como lo soñamos, cada día la ciencia nos da a conocer nuevos avances que hacen vislumbrar esto que digo. Por ejemplo en el ámbito de la ingeniería de tejidos y como en el artículo enlazado se dice: Cualquier parte del cuerpo es reemplazable. La ciencia empieza a manejar a su antojo las células para que desarrollen órganos completos y compatibles con el receptor. Y lo que es más osado: investiga cómo hacer para que el propio cuerpo los genere.
Por otra parte Dr. Hernán Sudy Pinto, miembro de la Academia de Medicina del Instituto de Chile , dice que puede parecer una paradoja, pero ninguna ley inmutable del universo estipula que los seres vivos deben envejecer. Una bacteria por ejemplo se divide para producir dos bacterias. Es imposible determinar cual es el padre y cual es el hijo. Son dos individuos de la misma edad. Estas dos bacterias se dividen otra vez para producir cuatro bacterias y así sucesivamente en una progresión geométrica. Las bacterias han seguido haciendo esto sin perder su vitalidad durante 4 mil millones de años, sin envejecer.
Por otra parte el viaje en el tiempo hacia el futuro, por pasos, es ya algo corriente. Las teorías especial y general de la Relatividad de Einstein, escritas en 1905 y 1916 respectivamente, mostraron que muy altas velocidades o una intensificación de la gravedad, pueden curvar el tiempo de la misma forma que lo haría una pelota sobre una lámina de goma. Cuanta más elevada es la velocidad o más intensa la gravedad, mayor es la curvatura del tiempo, más conocida como dilatación.
"La teoría permite viajar al futuro desde el punto de vista de la Relatividad", dice Paul Davies, autor de numerosos libros de divulgación científica y profesor de la Universidad Macquarie. "Es algo que depende del dinero y no de la física", añade.
Paul Davies escribió en 2001 el libro Cómo construir una máquina del tiempo en el que perfiló un modelo de viaje al pasado a partir de una variante de los agujeros negros llamada agujeros de gusano.
Tres pasos para llegar al pasado:
En primer lugar, un minúsculo agujero de gusano sería creado en un acelerador de partículas, una estructura parecida a la que posee el CERN de Suiza o al Laboratorio Brookhaven de Nueva York.
En segundo lugar, este minúsculo agujero de gusano podría ser hinchado y conservado en este estado a través de la materia exótica, como la antigravedad.
En tercer lugar, una boca del agujero de gusano se haría girar en un acelerador de partículas hasta aproximarse a la velocidad de la luz durante una década. De esta forma, se establecería una diferencia de dilatación del tiempo entre las dos aperturas del agujero de gusano. Al juntar las dos aperturas del agujero de gusano, tendríamos una máquina para viajar al pasado.
Conclusión de todo lo dicho: Si nuestros órganos y tejidos son reemplazables, si ninguna ley inmutable del universo estipula que los seres vivos deban envejecer, si tenemos un universo por descubrir y, por si todo esto aún no fuera suficiente, además podremos viajar a través del tiempo bien hacia el futuro o bien hacia el pasado y reencontrarnos con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros pero que definitivamente lo estarán; Qué más se le puede pedir a la vida. En una charla con una estimada profesora de filosofía le decía yo a ella: No tengo ni idea de donde venimos, pero tengo muy claro hacia donde nos dirigimos. Si todo aquello que el ser humano puede imaginar -su Para Sí que diría Sartre-, el ser humano podrá conseguirlo; nuestra suerte estuvo echada cuando fuimos capaces de imaginarnos un ser al que llamamos Dios.
¿Alguien con mis creencias puede ser pesimista?. Alguien además que, como Heráclito, entiende que para poder valorar el día ha de existir la noche, alguien que entiende que para valorar la salud ha de existir la enfermedad; alguien que entiende que cualquier modelo de sistema no es más que una fase impuesta como ineludible necesidad por el proceso histórico de la sociedad que transcurre determinado por las exigencias del incesante e imparable desarrollo de las capacidades creadoras de las fuerzas productivas. Alguien así puede ser pesimista cuando hasta incluso la antropología genética confirma con datos irrefutables la teoría de la evolución de Darwin .
Bueno amiga Ruth, como veo que la respuesta a tu comentario ha quedado bien, procedo a transformarla en artículo de mi blog, la titularé con la frase de Eduard Punset: “Todo lo que la mente puede imaginar es posible, porque sino fuera posible no podría imaginarlo”.
Recibe un muy fuerte abrazo de tu amigo Javier Caso Iglesias.