miércoles, 12 de diciembre de 2007

Ibarra abandona la política y el partido

En el día de hoy me llega la noticia de que Juan Carlos Rodríguez Ibarra se marchará del partido y abandonará definitivamente la política tras las elecciones generales del 9 de marzo. La información periodística alude a que fuentes próximas a Ibarra hacen constar que Juan Carlos está cansado de ser "el Pepito grillo" del PSOE y que está "desencantado" con algunas decisiones de su partido.

No soy de la opinión, de ser cierta esta noticia, de que Ibarra abandone la política y el partido; Con Ibarra se puede estar de acuerdo o no estarlo en algunas o en muchas de las cuestiones que sostiene, o con ciertas formas con las que expresa lo que piensa, pero lo cierto es que el pueblo extremeño lo quiere (así lo ha manifestado cada vez que se le ha preguntado) y, me consta, también lo aprecian y valoran muchos cientos de miles de ciudadanos españoles.

Además, su experiencia, su espíritu, su ánimo y su visión global y solidaria de los asuntos y de las políticas son elementos de los que Extremadura y España no puede prescindir.

Ibarra, Juan Carlos, no debe de irse, no debe de abandonar ni el partido ni la política; únicamente debe de definir su papel. Un papel que se debe de desempeñar desde la autoridad moral y no desde el poder.

Para mí, lo que siempre ha perdido a Ibarra ha sido el poder, el ejercicio del poder, su forma de ejercer el poder. Ibarra debería haber gobernado más desde la autoridad moral que tiene, y sobrada, que desde el poder. El poder vence pero, como dijo Unamuno, no convence; y cuando no se convence, al final no se vence.

Como expongo, soy de los que no creen conveniente que Juan Carlos abandone el partido y se vaya de la política; soy de los que desean que Juan Carlos se quede y se transforme en un referente desde el ámbito en el que más capacidades alberga como dirigente político, esto es, en el ámbito de las ideas; pero que lo haga desplegando su autoridad moral, sin intentar vencer con sus ideas, sino simplemente tratando, humildemente, de convencer. Lo demás, la evidencia se encargará de corregirlo.

En pocas ocasiones Juan Carlos ha tenido en cuenta mis opiniones, espero que en esta ocasión sea diferente.

Fdo.: Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)

2 comentarios:

  1. Los progres hemos venido al mundo para dejarnos la piel en la tarea de redimir a nuestros semejantes de sus muchos pecados y decirles cómo y qué deben pensar, sin importarnos las penalidades que tengamos que sobrellevar en el proceso. Por tanto, haremos caso omiso a las invectivas de esos irreverentes neoliberales y continuaremos avanzando por la senda que hará de ustedes unos flamantes progresistas en cuestión de unas semanas, a poco que presten atención y abandonen la perniciosa manía de pensar por ustedes mismos (por otra parte, un gasto innecesario, habiendo gente como un servidor que ya lo hace por los demás).

    Bien. La democracia fue un invento socialista, es decir, progre, cuyo objetivo inicial era alejar a las clases reaccionarias del poder político, que de esta forma quedaría depositado para siempre en manos de la izquierda, la única con títulos y capacidad para conducir a la Humanidad por la senda del progreso.

    Es duro reconocerlo, pero los progres occidentales no hemos estado a la altura de lo que se esperaba en términos políticos, aunque en el terreno cultural y educativo, forzoso es decirlo, lo hemos de puta madre. Abandonada Europa a las fuerzas del capitalismo demoliberal, Cuba es hoy día, junto con alguna otra gloriosa excepción, como Corea del Norte, el único país que conserva intacta la esencia de la democracia tal y como es entendida por el progresismo.

    El régimen de Fidel Castro Ruz es el paradigma de todo lo que los progres del mundo ansiamos para la Humanidad. Es nuestro paraíso en la Tierra, nuestra Jerusalén laica, el puto Edén. De hecho, si no fuera por el bloqueo criminal del Estado norteamericano, cada día arribarían a las costas cubanas miles y miles de cayucos transoceánicos repletos de intelectuales progresistas para gustar de por vida de las mieles de la auténtica libertad. Europa se quedaría sin directores de cine, sin cantautores, sin actores y actrices comprometidos, sin pedagogos, sin liberados sindicales. ¿No tiemblan de pánico con sólo imaginar la catástrofe que eso supondría para nuestra civilización?

    Pero a pesar del imperialismo yanqui, que busca impedirlo como sea, muchos progres estaríamos dispuestos a desembarcar en Cuba para disfrutar de la auténtica democracia. Sin embargo, por un elemental sentido del deber elegimos –sin excepción– permanecer en las decadentes democracias occidentales, sufriendo los rigores del capitalismo para destruirlo desde dentro, aunque sólo sea consumiendo sus recursos a mayor velocidad que el resto de nuestros semejantes. Algunos de los progresistas más reputados no dudan en sumergirse en las simas más abyectas del sistema, rodeados de riquezas y lujos, pero no para disfrutar de sus comodidades como esclavos decadentes, sino para adquirir una mayor conciencia del enemigo al que nos enfrentamos y los múltiples señuelos con que busca confundir a los ciudadanos.

    Conscientes de nuestra sagrada misión, visitamos periódicamente la Isla, comprobamos los progresos de la revolución, intercambiamos ideas y algún que otro fluido con los o las camaradas del club de debate El Malecón y enseguida volvemos al odiado Occidente neoliberal, a continuar nuestra batalla por la libertad.

    Con todo, si queremos ser honestos es necesario hacer algunos reproches al régimen cubano, especialmente a su deriva política de los últimos años. Tal vez sea por una cuestión de edad, el caso es que Fidel se ablandó desde que permitió la importación del invento capitalista por antonomasia: la olla exprés, símbolo de la decadencia occidental en materia gastronómica. En otras palabras, permitió que la población cubana comenzara a contaminarse de los males que provoca el capitalismo opresor. Y es que empiezas por dejar a la gente cocinar como le salga de las narices y enseguida empieza a reclamar derechos civiles, partidos políticos y demás virus empleados por el neoliberalismo para inocular su letal enfermedad. Es difícil entender cómo estos recios camaradas han podido caer en un error tan infantil.

    Ciertamente, no es fácil mantenerse firme en la senda revolucionaria cuando uno ha de hacer frente a las montañas de propaganda infame que los medios occidentales, todos a sueldo de los americanos, esparcen sin cesar. Una de las críticas más injustas que los camaradas del Partido cubano han de soportar es la de que usan determinados servicios ofrecidos por las transnacionales mientras niegan este acceso al resto de ciudadanos. En realidad, lo que hacen los dirigentes del Partido es comprobar por sí mismos la maldad del sistema capitalista, visitando sus lugares de ocio, tratándose en sus lujosas clínicas o transfiriendo dinero a través de intrincados canales, simplemente para estar seguros de que Cuba va por el camino correcto. Es un retroviral anticapitalista que los dirigentes se inoculan periódicamente para asegurarse de que la enfermedad no les infecta.

    Por todo ello, los progres debemos defender sin fisuras la validez del modelo cubano, la más perfecta democracia jamás creada; en esencia, la única.

    Dicen que vocación expansionista de la democracia liberal, crea océanos de injusticia de entre los cuales surgen necesariamente personajes acaudalados, como Bin Laden, que luchan por la liberación de los pueblos oprimidos y el respeto a su idiosincrasia, haciendo saltar por los aires a la gente de forma indiscriminada.

    El ejemplo más palmario lo tenemos en la región del sudeste asiático, tal vez la zona en que la penetración del capitalismo de occidente ha sido más intensa. En países como Singapur o Corea del Sur, los ciudadanos y ciudadanas han visto elevarse su nivel de vida al mismo ritmo que crecían las desigualdades sociales. Ahora hay ricos, clases medias y obreros cualificados, mientras que antes de que las factorías de las multinacionales aterrizaran por aquellos lugares, todos eran saludablemente igual de pobres. ¿Es justificable ese abandono de los sanos principios de una sociedad igualitaria, sólo por poder gozar de vivienda, luz eléctrica, agua potable, escuelas, hospitales, universidades, coches, ordenadores, rascacielos a la vuelta de la esquina? ¿Por qué insistimos en convertir a esos pintorescos países en colectivos decadentes como nuestras sociedades occidentales? ¿Quiénes somos para exportar al inocente tercer mundo las terribles lacras de nuestro sistema?
    Después de la primera película de Almodóvar y, sobre todo, de la emocionante escena de Alaska meando en el vaso de Carmen Maura, el cine no volvió a ser lo que era. A efectos de nuestro estudio, la micción de Alaska es el punto de no retorno hacia a los valores característicos del cine clásico.
    El cine español no tiene apenas espectadores, pero esta circunstancia, que los fachas aducen como demostración de un supuesto fracaso, es, por el contrario, la prueba evidente de su extraordinaria calidad. El cine español no está hecho para el disfrute de la masa, ni siquiera para ser saboreado por los escasísimos paladares capaces de deglutir el producto y extraerle toda su esencia, sino para su utilización como excelente herramienta dentro de la estrategia global de lucha contracultural. Hay que cambiar la superestructura (me gusta utilizar esta palabra para que la gente suponga que alguna vez he leído a Marx. Les recomiendo a ustedes que hagan lo mismo aunque, como yo, no atisben a ver nada más en ese concepto que una estructura muy grande. Cierro el puto paréntesis), pero no de cualquier manera, sino con los medios económicos fagocitados previamente a las clases medias cuyos valores se pretende subvertir. No olviden que, en tanto que progres, tenemos unos gustos refinados en materia de expropiar recursos a los pardillos que los generan levantándose temprano, viajan en metro apiñados y se ponen a currar todos los días.
    En la anacrónica cosmovisión de la clase media, quiero decir, del facherío, los productos culturales –aún los más elevados, como el cine contemporáneo– debieran ser financiados exclusivamente por aquellos que consideran su contemplación un elemento enriquecedor de sus vidas.
    Las cifras de espectadores del cine español son cada vez más paupérrimas, lo que resulta una noticia excelente pues demuestra que vamos por el camino adecuado.
    Para que se hagan una idea, el prototipo de cine de calidad que ha de ser subvencionado (junto a las producciones de "nuestro director manchego más internacional"), es la coproducción hispano-cubana "Roble de olor". Si buscan en las estadísticas del Ministerio de Cultura, verán con asombro y envidia la excelente acogida que tuvo: 7 espectadores, con dos narices, es decir, que no fue a verla ni la señora madre del director. Este es el cine que hay que financiar, pues si provoca tal rechazo en nuestra sociedad consumista y decadente, es porque sin duda atesora todos los grandes valores que los progresistas pretendemos inocular entre la ciudadanía, en su mayor parte ignorante y reaccionaria.
    Por eso, cada vez que en los telediarios escuchen hablar sobre la catástrofe de audiencia del cine español, alégrense y échense mano a la cartera... para abrirla con más generosidad. No olviden que, a pesar de que todavía no sean capaces de disfrutar del exquisito estiércol que nuestros directores patrios producen sin cesar, ellos velan día y noche con su lucecita encendida por la democracia, nuestra libertad y la paz del mundo. Y eso hay que pagarlo, oiga.

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  2. Hacer el esfuerzo de leer comentarios como el anterior -por su extensión- debiera llevar parejo un premio a la tenacidad.

    Adelanto que no me hecho acreedor al mentado galardón.

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