martes, 9 de octubre de 2007

Confrontación política y descreimiento ciudadano

Cada día resulta más extraño no ver a nuestros representantes políticos en plena greña. No hay día que los medios de comunicación no informen de las toneladas y toneladas de improperios y descalificaciones que las fuerzas políticas, entre sí, se lanzan. Y no sólo entre ellas anda el barullo, sino que también internamente se despachan con gusto y saña.

No es insólito, por tanto, que los representantes de las juventudes de los dos partidos con mayor cuota de representación en la región PSOE y PP, una vez que son conscientes de que la evidencia descrita desagrada a la ciudadanía, den a conocer, como mensaje de alerta, lo siguiente:

Juventudes Socialistas del PSOE: “Hay que escuchar a los ciudadanos, no a los políticos”.
Nuevas Generaciones del PP: “El 70% de los ciudadanos no cree en los políticos”.

Tras dicho esto, ahora hagamos una reflexión. ¿Por qué son tan valorados por la ciudadanía perfiles políticos como, por ejemplo, Guillermo Fernández Vara en el PSOE o Rodrigo Rato en el PP? Pues sencillamente porque son tolerantes, negociadores y tratan de buscar siempre el acuerdo.

No piensa cualquier ser sensato que si PSOE y PP ambicionaran y se comprometieran en liderar el consenso mucho más ganarían ellos como partidos y España como nación.

Otro ejemplo que nos divide ahora a los españoles es la asignatura de Educación para la Ciudadanía, antes lo fue la disciplina de Religión. ¿Por qué no se dejan PSOE y PP de tanta tarambana ideológica y consensúan a la europea estas materias? ¿Por qué no se les ofece a padres y alumnos un listado de 12, 18 o 24 asignaturas por curso del cual, aquél que se está formando y su familia, elegir las 6 materias que van a formar parte de su currículo académico y de las cuales se le va a examinar, puntuar y valorar.

¿Por qué se da este excesivo entrometimiento de lo político en el ámbito de lo personal y de lo profesional?

En Europa, en los países más avanzados de Europa, el currículo se hace a la carta, el alumno y su familia saben suficientemente cuales son los puntos fuertes, las destrezas más meritorias y sobresalientes de su hijo; saben perfectamente que es aquello que deben de potenciar para que este se gane la vida en el futuro en una profesión en la que disfrute y, por ello, sea un virtuoso que se tome con celo e interés su trabajo.

Cuando yo era pequeñito se entrometieron y empecinaron mucho, como solía ocurrir en aquella época afortunadamente pasada, en que fuera muy, muy religioso; por ello pasé primero por un colegio de monjas, luego por uno de frailes para terminar en uno de curas; hoy soy un ateo convencido e incapaz de creer en metafísicas, en entelequias, en ideologías y en todo aquello que tenga que ver con el mundo de lo ilusorio. Y es que los entrometimientos y los empecinamientos, como los de este ejemplo anecdótico-religioso que pongo, suelen dar resultados antagónicos a los que se espera.

El actual sistema educativo no hace más que crear, salvo raras excepciones que confirman la regla, mediocres que se adaptan sin voluntad ni convicción a lo que les echen. Las consecuencias son que carecemos de emprendedores y de personal cualificado; no es extraña la paradoja de ser España el país de Europa en el que más horas se trabaja y en el que, sin embargo, menos productividad de ellas se obtiene; todo ello según nos indican las encuestas y estadísticas oficiales.

Por no hablar del número de premios Nobel que cosechamos u otras variables parecidas que podríamos evaluar.

Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)

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