Immanuel Kant ha pasado a la historia como uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, él fue el que acuñó, en los años de la Ilustración, la frase "atrévete a saber".
Cada cual, en su modestia, hace lo que puede por seguir tan magnífica recomendación de Kant.
Hay veces, incluso, que el seguir esa senda que marca el "atrévete a saber" te puede terminar acercando a ese "nihilismo perfecto" que Nietzsche propugnara o a aquel otro que, representado por el "sólo se que no se nada", Sócrates defendiera.
En mi caso prefiero seguir siendo fiel a Leucipo de Mileto y decir con él que "nada ocurre al azar, sino necesariamente y por alguna razón"; y, en concreto, algo es lo que debe de motivar que, lo que a continuación expongo, ocurra como ocurre.
Nos informan los biólogos especializados en herencia que la ovogénesis, que concretamente se produce en los folículos de los ovarios de la mujer, es un proceso que ocurre antes del nacimiento, en concreto antes del tercer mes de gestación de un ser humano femenino; es en ese momento prenatal cuando todos los oocitos primarios (óvulos en su primera división meiótica) son originados por ese feto, aunque sólo fructificarán cuando la mujer alcance su madurez sexual.
Proceso similar ocurre en el hombre, según la ciencia biológica expone, en la espermatogénesis.
Esto es, en resumen, que antes del tercer mes de gestación la carga genética que trasladaremos a nuestros descendientes, una vez que nazcamos y recorramos el largo camino de años que nos llevará a la madurez sexual y a la reproducción, ya está originada.
Repito, antes del tercer mes de gestación, o sea, seis meses antes de nuestro nacimiento, la carga genética que trasladaremos a nuestros descendientes, una vez nazcamos y maduremos, ya está originada.
A la luz de este tipo de descubrimiento nos podemos preguntar ¿Qué grado de influencia queda, sobre el ser humano, a la ontogenia si todo parece estar en manos de la filogenia?
Sigamos, ante este atolladero, la sabia recomendación de Leucipo de Mileto, pensemos que todo ocurre necesariamente y por alguna razón y, sin dejarnos llevar por el nihilismo, por las fantasmagorías o por la metafísica, hagamos como Darwin o Marx nos enseñaran tan magníficamente, esto es, trabajemos infatigablemente por desentrañar las leyes reguladoras, siempre sabias, del desarrollo de la vida material, y procedamos a seguirlas, por nuestro bien, escrupulosamente. Pues, lo más probable, conociéndolas, es que más temprano que tarde surja la dialéctica negación de la negación que, como síntesis integradora y superadora, nos lleve a nuevos estadios de desarrollo más apasionantes por complejos.
Por Javier Caso Iglesias (Plasencia)
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