Nos traslada nuestro compañero y amigo Paco Puche, sobre el asunto del filantrocapitalismo lo siguiente:
"El filantrocapitalismo (fundaciones del gran capital con vocación de infiltrar a los movimientos sociales de resistencia) está operativo en todo momento, pero solo en ocasiones salta a la luz pública a raíz de las divisiones que provoca en los propios movimientos sociales, entre gente que los rechaza de plano y aquellos otros que pueden estar más favorecidos por la generosidad de las adineradas fundaciones. Para España y Latinoamérica hay que fijarse especialmente en las fundaciones AVINA y Ashoka, descritas con exactitud como 'fundaciones del gran capital del amianto y de los transgénicos'. Ahora estamos en ese otro momento de interés en la opinión pública por su asalto a Podemos, y la controversia suscitada entre los defensores y detractores.
Por todo ello, hemos vuelto a publicar sobre el asunto y a rescatar textos de hace poco tiempo que esclarecían estas cuestiones, dado el renovado interés que el tema está suscitando. Por tanto, tiramos de hemeroteca con textos “antiguos” pero plenamente vigentes".
Tirando de hemeroteca (Texto 1º del 5.03.2012): sobre el filantrocapitalismo pulvígeno:
Multinacionales y movimientos sociales: resistir al “lobby oculto”
Paco Puche
Federico Aguilera Klink
Óscar Carpintero
José Manuel Naredo
Jorge Riechmann
En este creciente auge del simulacro sobre lo real, fundamental para las nuevas formas de ejercer y legitimar el poder, juega un papel clave la industria de la comunicación, ‘Public Relations’… Una actividad que se especializa en la “ingeniería del consenso” como forma de ampliar mercados y crear un clima político-social propicio a la expansión de las grandes empresas, al tiempo que se ayuda también a desactivar y vencer las resistencias. Una actividad de promover el ‘Business as Usual’ muy amplia que va desde el fomento del patrocinio, la filantropía corporativa, la promoción de grandes eventos y la proyección de marcas hasta la llamada responsabilidad social y ambiental corporativa. Ramón Fernández Durán
El capital trata de apropiarse de los movimientos ecologistas razonables, para reconvertirlos en domesticados capitalismos verdes o formas de negocio con el agotamiento del planeta. Pedro A. Prieto
Las citas precedentes proporcionan algunas claves para situar el contexto en el que opera el poder de las grandes empresas en la actualidad. Un poder que se muestra con el propósito de hacer más negocios y, simultáneamente, eliminar las resistencias. Están intentando la cuadratura del círculo: ser, a la vez, saqueadoras y benefactoras de sus damnificados.
Si las multinacionales (J.P. Morgan, Nestlé, Wal-Mart, Monsanto, etc.) tratan de gobernar el mundo es por su necesidad intrínseca de obtener ganancias a interés compuesto, o en progresión geométrica. Desde hace unas décadas han agotado la capacidad autorregenerativa del planeta, se encuentran con un “mundo lleno”, por lo que ahora más que nunca han de ir a la búsqueda de todo lo explotable. En estas circunstancias, actúan por desposesión de los últimos vestigios de autonomía de los pueblos: los bienes y usos comunes, los inmateriales, la vida y la dignidad de las gentes.
Buen ejemplo de todo esto que decimos, no es solo la profunda crisis mencionada, sino las nuevas formas con las que este capitalismo senil se reviste para poder caer, subrepticiamente, como un enjambre de langostas en la última frontera del beneficio.
El caso de las semillas de los cultivos es una buena muestra de la necesaria rapacidad del sistema. Lo resume muy bien Silvia Pérez-Vitoria cuando dice que: “entre el 60% y el 80% de la población agrícola del mundo vive en unidades de producción de pequeño tamaño (…). Es a estos campesinos que las multinacionales quieren robarles las plantas susceptibles de ser patentadas”.i
El sistema necesita con urgencia, además de su plan A (seguir con los negocios como lo hace habitualmente: business as usual), un plan B (la conquista del alma de las gentes y de las resistencias socialesii). Pues tampoco es tan poderoso como aparece a primera vista, porque si lo fuera no tendría necesidad de invertir tantos millones de dólares en Responsabilidad Social Corporativa (RSC), lavado verde, lobbying, publicidad y clientelismo a través de ONGs leales a sus interesesiii.
El plan B del gran capital
Se puede resumir diciendo que es “la suma de maniobras destinadas a ganar consenso, legalizar estas formas de enriquecerse, lograr obediencia y/o complicidad, publicitar sus objetivos como si fueran idénticos a los de la sociedad y desacreditar las alternativas como si fueran ´ataques´”iv. En una palabra, buscar legitimidad.
Destacan por su especial relevancia dos maneras de llevar a cabo este segundo plan: una, la denominada “Responsabilidad Social Corporativa”, y otra, la que tiene por objeto la cooptación de los movimientos sociales de resistencia y ONGs alternativas. “Sin lugar a dudas que estos planes B empresariales, abonados por técnicos, intelectuales y ciertas ONGs son el mayor desafío a vencer por parte de la resistencia civil.”v En general, podemos decir que el capital trata de apropiarse de los movimientos ecologistas razonables, para reconvertirlos en unos agentes domesticados del capitalismo verde.
Unas notas sobre la Responsabilidad Social Corporativa (RSC)
La mejor definición de lo que pretende esta RSC la dio Ban Ki-Moon, en 2008vi. Dijo: “tenemos que pasar de la responsabilidad de los negocios al negocio de la responsabilidad”. Para las empresas, en el orden capitalista, se trata de eso y solo de eso. Si alguien quiere llamarse a ilusiones socializantes o de sostenibilidad, las declaraciones del director de Responsabilidad Social Corporativa de Mapfrevii son más que persuasivas: “en el fondo buena parte de lo que se oye en RSC tiene su raíz en ese propósito cosmético que siempre nos acompaña en la empresa”, y es que por más vueltas que se le dé, en una sistema capitalista la única responsabilidad social de las empresas consiste en incrementar sus beneficios, como sostenía el representante de la economía neoliberal Milton Friedman.
No lo pueden evitar: “Si una gran empresa que cotiza en bolsa no logra cumplir con la fórmula de un rápido crecimiento y beneficios a corto plazo, sus directores se verán expuestos a ser despedidos directamente, o incluso a posibles acciones legales (…) ni los banqueros ni los inversores juzgan el rendimiento empresarial según el grado de contribución al bien público. Estos son fundamentalmente amorales”.viii
Para concluir con la RSC y “no caer en moralina, admitamos que el objetivo lógico y común de todo negocio es el lucro… las empresas son empresas y no ONGs; y esto va de ganar dinero”ix. Quien así se sinceraba era el director de Reputación e Identidad Corporativa de Telefónica, empresa que ha tardado bien poco en poner en funcionamiento esta lógica con el reciente anuncio de despidos masivos de varios miles de trabajadores, a la vez que incrementa sustancialmente los sueldos de sus directivos en varios cientos de millones de euros, días después de haber declarado los mayores beneficios de su historia.
A por los movimientos sociales de resistencia
Dos fundaciones muy activas en este capítulo nos sirven para ilustrar cómo opera el gran capital en este apartado de su plan B. Se trata de las llamadas AVINA y Ashoka, que tienen su espacio de operaciones preferente en España y Latinoamérica. No son las únicas.
Estas dos entidades, aparecidas en 1994 y 1981 respectivamente, están íntimamente relacionadas entre sí. En 1993, Stephan Schmidheiny, fundador de AVINA, y Bill Drayton, fundador de Ashoka, percibieron que tenían visiones muy afines sobre cómo contribuir a un cambio profundo en el mundo y, a través de los años, AVINA y Ashoka han identificado y promovido múltiples formas de colaboración local y global. También Ashoka es financiada por AVINA: por ejemplo, hasta 2007 le ha pagado a más de 400 emprendedores sociales. Según Drayton, “Ashoka no tiene un coemprendedor o aliado más cercano o duradero que AVINA para apoyar el vuelo de las más poderosas y nuevas ideas y sus promotores”.
Ambas fundaciones están inequívocamente vinculadas al gran capital. En el caso de AVINA, el fundador único ya citado es el magnate del amianto, una de las mayores fortunas del mundo, amasadas con el negocio del mineral asesino a costa de la salud y de la vida de cientos de miles de personas en todo el planeta. El pasado 13 de febrero, Schmidheiny fue condenado a 16 de años de cárcel por un tribunal de Turín por los delitos de “desastre ambiental doloso permanente” y “por omisión de medidas de seguridad “ en el trabajo, provocados por una fábrica de amianto de su propiedad instalada en el pueblo de Casale Monferrato, a causa de la cual ya han muerto más de dos mil personas y han enfermado cerca de mil. Además, Schmidheiny ha sido directivo de Nestlé, de la Unión de Bancos Suizos, y de ABS Brown, entre otras multinacionales. Del mismo modo, el actual presidente de AVINA procede de la multinacional química DuPont.
En el caso de Ashoka, la fundación en España está presidida por un exdirectivo de la banca JP Morganx, la empresa más poderosa del mundo según la lista Forbes, y otros fundadores han estado vinculados a la consultora McKinsey&Co., o a General Electric.
Estas fundaciones del gran capital entran en los movimientos sociales y ONGs con una filosofía definida y que no engaña a nadie. Se trata de considerar “a los mercados como los canales legítimos para el cambio social”xi. Por eso AVINA se define como “una fundación que se asocia con líderes de la sociedad civil y del empresariado de América Latina en sus iniciativas por el desarrollo sostenible”xii.
En el caso de Ashoka, el objetivo es más claro si cabe. Según declara María Zapata, su directora en España: “para las empresas, el mercado potencial que ofrece la población que está viviendo con menos de dos dólares al día, la base de la pirámide, es de 4 billones de dólares (…).Los emprendedores sociales trabajan con esas poblaciones y su labor es acercar a las multinacionales hasta ellas, mientras salvaguardan los intereses de éstas”.xiii
Para eso financian y se alían a líderes de los movimientos sociales, incluso a los anticapitalistas, para que legitimen desde dentro el sistema empresarial realmente existente, y para moldear los límites de esa disidencia.
En efecto, AVINA cuenta entre sus socios destacados al argentino Gustavo Grobocopatelxiv considerado el empresario número uno y referente indiscutido a nivel mundial en el terreno de la soja transgénica. Cultiva más de 280.000 hectáreas.
Ya sabemos que el cultivo de la soja “es el monocultivo de la década, el cultivo que más tierras deforesta, que más bosques tala, que más asesinatos y esclavitud produce, que más fumigaciones provoca, y finalmente que más pobreza genera”, según el Informe del Worldwatch Institute de 2011xv.
Claro, que en Latinoamérica, lugar privilegiado de sus actuaciones, ya se han percatado de la naturaleza de estas fundaciones. En la pasada reunión de Cancún sobre cambio climático (diciembre de 2010), el Grupo de Reflexión Rural argentino (GRR) ha detectado la infiltración de AVINA en los distintos movimientos alternativos que han acudido a la contracumbre y denuncian que: “Las grandes corporaciones y las fundaciones que las acompañan, han estado trabajando sigilosamente para escurrirse entre los espacios alternativos. La fundación AVINA, del millonario suizo Stephan Schmidheiny, de larga y siniestra trayectoria en nuestra América Mestiza, por comprar voluntades detrás de proyectos supuestamente beneficiosos para nuestros pueblos y comunidades, ofreció una dádiva económica para la organización de Klimaforum 10. (…) Fundaciones como AVINA y Ashoka son el enemigo de la Tierra Madre y de las poblaciones oprimidas”xvi.
El caso del AGRA y los transgénicos
Con este ejemplo es como mejor se puede ver el modo en que opera el lobby capitalista en los movimientos sociales.
Según denuncian Gustavo Duch y Fernando Fernández, conocidos activistas agroecológicos, “en estos momentos existen una serie de programas para desarrollar una segunda vuelta a la Revolución Verde, ahora en África. Encabezado por un grupo de grandes corporaciones y fundaciones como Gates o Rockefeller, se propagan una serie de proyectos que favorecerán la instalación de dichas empresas en África, donde podrán ampliar sus negocios y su mercado, desplazando los sistemas públicos nacionales (…). La participación de fundaciones solidarias como Gates no deja de ser preocupante y distorsionadora. Sólo en el mes de septiembre del 2010, Gates ha donado 8 millones de dólares para favorecer la entrada de Cargill y su soja en África; y ha invertido 23.1 millones de dólares en Monsanto” xvii. A este proyecto se le ha bautizado con el nombre de AGRA.
Por si hubiese dudas sobre las intenciones de esta fundación, la Vía Campesina, el movimiento alternativo más prestigioso del mundo, advertía que: “desde 2006 la Fundación Bill y Melinda Gates ha colaborado con la Fundación Rockefeller, entusiasta promotora de cultivos transgénicos para los pobres del mundo, para implementar la Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA), la cual está abriendo el continente a la semilla transgénica y a sustancias químicas vendidas por Monsanto, Dupont y Syngenta. La fundación ha dado $456 millones a AGRA, y en 2006 contrató a Robert Horsch, quien fue ejecutivo de Monsanto por 25 años, para trabajar en el proyecto. En Kenya alrededor de 70% de los que reciben fondos de AGRA trabajan directamente con Monsanto, casi el 80% del financiamiento de Gates en el país tiene que ver con biotecnología, y sobre $100 millones en donaciones se han dado a organizaciones kenianas conectadas a Monsanto. En 2008 un 30% de los fondos de la Fundación para desarrollo agrícola fueron a promover variedades de semilla transgénica. (…) En agosto de 2010 el fideicomiso de la Fundación Bill y Melinda Gates, anunció que había comprado 500 mil acciones de Monsanto, valoradas en un poco más de $23 millones”xviii.
De Kenya procede, precisamente, uno de los últimos “fichajes” de Ashoka en 2009. Se trata de la científica keniana Florence Wanbugu, vinculada a la biotecnología y a Monsanto, y con muy buenas relaciones en España, como se puede ver en la fotografía de más abajo.
"El filantrocapitalismo (fundaciones del gran capital con vocación de infiltrar a los movimientos sociales de resistencia) está operativo en todo momento, pero solo en ocasiones salta a la luz pública a raíz de las divisiones que provoca en los propios movimientos sociales, entre gente que los rechaza de plano y aquellos otros que pueden estar más favorecidos por la generosidad de las adineradas fundaciones. Para España y Latinoamérica hay que fijarse especialmente en las fundaciones AVINA y Ashoka, descritas con exactitud como 'fundaciones del gran capital del amianto y de los transgénicos'. Ahora estamos en ese otro momento de interés en la opinión pública por su asalto a Podemos, y la controversia suscitada entre los defensores y detractores.
Por todo ello, hemos vuelto a publicar sobre el asunto y a rescatar textos de hace poco tiempo que esclarecían estas cuestiones, dado el renovado interés que el tema está suscitando. Por tanto, tiramos de hemeroteca con textos “antiguos” pero plenamente vigentes".
Tirando de hemeroteca (Texto 1º del 5.03.2012): sobre el filantrocapitalismo pulvígeno:
Multinacionales y movimientos sociales: resistir al “lobby oculto”
Paco Puche
Federico Aguilera Klink
Óscar Carpintero
José Manuel Naredo
Jorge Riechmann
En este creciente auge del simulacro sobre lo real, fundamental para las nuevas formas de ejercer y legitimar el poder, juega un papel clave la industria de la comunicación, ‘Public Relations’… Una actividad que se especializa en la “ingeniería del consenso” como forma de ampliar mercados y crear un clima político-social propicio a la expansión de las grandes empresas, al tiempo que se ayuda también a desactivar y vencer las resistencias. Una actividad de promover el ‘Business as Usual’ muy amplia que va desde el fomento del patrocinio, la filantropía corporativa, la promoción de grandes eventos y la proyección de marcas hasta la llamada responsabilidad social y ambiental corporativa. Ramón Fernández Durán
El capital trata de apropiarse de los movimientos ecologistas razonables, para reconvertirlos en domesticados capitalismos verdes o formas de negocio con el agotamiento del planeta. Pedro A. Prieto
Las citas precedentes proporcionan algunas claves para situar el contexto en el que opera el poder de las grandes empresas en la actualidad. Un poder que se muestra con el propósito de hacer más negocios y, simultáneamente, eliminar las resistencias. Están intentando la cuadratura del círculo: ser, a la vez, saqueadoras y benefactoras de sus damnificados.
Si las multinacionales (J.P. Morgan, Nestlé, Wal-Mart, Monsanto, etc.) tratan de gobernar el mundo es por su necesidad intrínseca de obtener ganancias a interés compuesto, o en progresión geométrica. Desde hace unas décadas han agotado la capacidad autorregenerativa del planeta, se encuentran con un “mundo lleno”, por lo que ahora más que nunca han de ir a la búsqueda de todo lo explotable. En estas circunstancias, actúan por desposesión de los últimos vestigios de autonomía de los pueblos: los bienes y usos comunes, los inmateriales, la vida y la dignidad de las gentes.
Buen ejemplo de todo esto que decimos, no es solo la profunda crisis mencionada, sino las nuevas formas con las que este capitalismo senil se reviste para poder caer, subrepticiamente, como un enjambre de langostas en la última frontera del beneficio.
El caso de las semillas de los cultivos es una buena muestra de la necesaria rapacidad del sistema. Lo resume muy bien Silvia Pérez-Vitoria cuando dice que: “entre el 60% y el 80% de la población agrícola del mundo vive en unidades de producción de pequeño tamaño (…). Es a estos campesinos que las multinacionales quieren robarles las plantas susceptibles de ser patentadas”.i
El sistema necesita con urgencia, además de su plan A (seguir con los negocios como lo hace habitualmente: business as usual), un plan B (la conquista del alma de las gentes y de las resistencias socialesii). Pues tampoco es tan poderoso como aparece a primera vista, porque si lo fuera no tendría necesidad de invertir tantos millones de dólares en Responsabilidad Social Corporativa (RSC), lavado verde, lobbying, publicidad y clientelismo a través de ONGs leales a sus interesesiii.
El plan B del gran capital
Se puede resumir diciendo que es “la suma de maniobras destinadas a ganar consenso, legalizar estas formas de enriquecerse, lograr obediencia y/o complicidad, publicitar sus objetivos como si fueran idénticos a los de la sociedad y desacreditar las alternativas como si fueran ´ataques´”iv. En una palabra, buscar legitimidad.
Destacan por su especial relevancia dos maneras de llevar a cabo este segundo plan: una, la denominada “Responsabilidad Social Corporativa”, y otra, la que tiene por objeto la cooptación de los movimientos sociales de resistencia y ONGs alternativas. “Sin lugar a dudas que estos planes B empresariales, abonados por técnicos, intelectuales y ciertas ONGs son el mayor desafío a vencer por parte de la resistencia civil.”v En general, podemos decir que el capital trata de apropiarse de los movimientos ecologistas razonables, para reconvertirlos en unos agentes domesticados del capitalismo verde.
Unas notas sobre la Responsabilidad Social Corporativa (RSC)
La mejor definición de lo que pretende esta RSC la dio Ban Ki-Moon, en 2008vi. Dijo: “tenemos que pasar de la responsabilidad de los negocios al negocio de la responsabilidad”. Para las empresas, en el orden capitalista, se trata de eso y solo de eso. Si alguien quiere llamarse a ilusiones socializantes o de sostenibilidad, las declaraciones del director de Responsabilidad Social Corporativa de Mapfrevii son más que persuasivas: “en el fondo buena parte de lo que se oye en RSC tiene su raíz en ese propósito cosmético que siempre nos acompaña en la empresa”, y es que por más vueltas que se le dé, en una sistema capitalista la única responsabilidad social de las empresas consiste en incrementar sus beneficios, como sostenía el representante de la economía neoliberal Milton Friedman.
No lo pueden evitar: “Si una gran empresa que cotiza en bolsa no logra cumplir con la fórmula de un rápido crecimiento y beneficios a corto plazo, sus directores se verán expuestos a ser despedidos directamente, o incluso a posibles acciones legales (…) ni los banqueros ni los inversores juzgan el rendimiento empresarial según el grado de contribución al bien público. Estos son fundamentalmente amorales”.viii
Para concluir con la RSC y “no caer en moralina, admitamos que el objetivo lógico y común de todo negocio es el lucro… las empresas son empresas y no ONGs; y esto va de ganar dinero”ix. Quien así se sinceraba era el director de Reputación e Identidad Corporativa de Telefónica, empresa que ha tardado bien poco en poner en funcionamiento esta lógica con el reciente anuncio de despidos masivos de varios miles de trabajadores, a la vez que incrementa sustancialmente los sueldos de sus directivos en varios cientos de millones de euros, días después de haber declarado los mayores beneficios de su historia.
A por los movimientos sociales de resistencia
Dos fundaciones muy activas en este capítulo nos sirven para ilustrar cómo opera el gran capital en este apartado de su plan B. Se trata de las llamadas AVINA y Ashoka, que tienen su espacio de operaciones preferente en España y Latinoamérica. No son las únicas.
Estas dos entidades, aparecidas en 1994 y 1981 respectivamente, están íntimamente relacionadas entre sí. En 1993, Stephan Schmidheiny, fundador de AVINA, y Bill Drayton, fundador de Ashoka, percibieron que tenían visiones muy afines sobre cómo contribuir a un cambio profundo en el mundo y, a través de los años, AVINA y Ashoka han identificado y promovido múltiples formas de colaboración local y global. También Ashoka es financiada por AVINA: por ejemplo, hasta 2007 le ha pagado a más de 400 emprendedores sociales. Según Drayton, “Ashoka no tiene un coemprendedor o aliado más cercano o duradero que AVINA para apoyar el vuelo de las más poderosas y nuevas ideas y sus promotores”.
Ambas fundaciones están inequívocamente vinculadas al gran capital. En el caso de AVINA, el fundador único ya citado es el magnate del amianto, una de las mayores fortunas del mundo, amasadas con el negocio del mineral asesino a costa de la salud y de la vida de cientos de miles de personas en todo el planeta. El pasado 13 de febrero, Schmidheiny fue condenado a 16 de años de cárcel por un tribunal de Turín por los delitos de “desastre ambiental doloso permanente” y “por omisión de medidas de seguridad “ en el trabajo, provocados por una fábrica de amianto de su propiedad instalada en el pueblo de Casale Monferrato, a causa de la cual ya han muerto más de dos mil personas y han enfermado cerca de mil. Además, Schmidheiny ha sido directivo de Nestlé, de la Unión de Bancos Suizos, y de ABS Brown, entre otras multinacionales. Del mismo modo, el actual presidente de AVINA procede de la multinacional química DuPont.
En el caso de Ashoka, la fundación en España está presidida por un exdirectivo de la banca JP Morganx, la empresa más poderosa del mundo según la lista Forbes, y otros fundadores han estado vinculados a la consultora McKinsey&Co., o a General Electric.
Estas fundaciones del gran capital entran en los movimientos sociales y ONGs con una filosofía definida y que no engaña a nadie. Se trata de considerar “a los mercados como los canales legítimos para el cambio social”xi. Por eso AVINA se define como “una fundación que se asocia con líderes de la sociedad civil y del empresariado de América Latina en sus iniciativas por el desarrollo sostenible”xii.
En el caso de Ashoka, el objetivo es más claro si cabe. Según declara María Zapata, su directora en España: “para las empresas, el mercado potencial que ofrece la población que está viviendo con menos de dos dólares al día, la base de la pirámide, es de 4 billones de dólares (…).Los emprendedores sociales trabajan con esas poblaciones y su labor es acercar a las multinacionales hasta ellas, mientras salvaguardan los intereses de éstas”.xiii
Para eso financian y se alían a líderes de los movimientos sociales, incluso a los anticapitalistas, para que legitimen desde dentro el sistema empresarial realmente existente, y para moldear los límites de esa disidencia.
En efecto, AVINA cuenta entre sus socios destacados al argentino Gustavo Grobocopatelxiv considerado el empresario número uno y referente indiscutido a nivel mundial en el terreno de la soja transgénica. Cultiva más de 280.000 hectáreas.
Ya sabemos que el cultivo de la soja “es el monocultivo de la década, el cultivo que más tierras deforesta, que más bosques tala, que más asesinatos y esclavitud produce, que más fumigaciones provoca, y finalmente que más pobreza genera”, según el Informe del Worldwatch Institute de 2011xv.
Claro, que en Latinoamérica, lugar privilegiado de sus actuaciones, ya se han percatado de la naturaleza de estas fundaciones. En la pasada reunión de Cancún sobre cambio climático (diciembre de 2010), el Grupo de Reflexión Rural argentino (GRR) ha detectado la infiltración de AVINA en los distintos movimientos alternativos que han acudido a la contracumbre y denuncian que: “Las grandes corporaciones y las fundaciones que las acompañan, han estado trabajando sigilosamente para escurrirse entre los espacios alternativos. La fundación AVINA, del millonario suizo Stephan Schmidheiny, de larga y siniestra trayectoria en nuestra América Mestiza, por comprar voluntades detrás de proyectos supuestamente beneficiosos para nuestros pueblos y comunidades, ofreció una dádiva económica para la organización de Klimaforum 10. (…) Fundaciones como AVINA y Ashoka son el enemigo de la Tierra Madre y de las poblaciones oprimidas”xvi.
El caso del AGRA y los transgénicos
Con este ejemplo es como mejor se puede ver el modo en que opera el lobby capitalista en los movimientos sociales.
Según denuncian Gustavo Duch y Fernando Fernández, conocidos activistas agroecológicos, “en estos momentos existen una serie de programas para desarrollar una segunda vuelta a la Revolución Verde, ahora en África. Encabezado por un grupo de grandes corporaciones y fundaciones como Gates o Rockefeller, se propagan una serie de proyectos que favorecerán la instalación de dichas empresas en África, donde podrán ampliar sus negocios y su mercado, desplazando los sistemas públicos nacionales (…). La participación de fundaciones solidarias como Gates no deja de ser preocupante y distorsionadora. Sólo en el mes de septiembre del 2010, Gates ha donado 8 millones de dólares para favorecer la entrada de Cargill y su soja en África; y ha invertido 23.1 millones de dólares en Monsanto” xvii. A este proyecto se le ha bautizado con el nombre de AGRA.
Por si hubiese dudas sobre las intenciones de esta fundación, la Vía Campesina, el movimiento alternativo más prestigioso del mundo, advertía que: “desde 2006 la Fundación Bill y Melinda Gates ha colaborado con la Fundación Rockefeller, entusiasta promotora de cultivos transgénicos para los pobres del mundo, para implementar la Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA), la cual está abriendo el continente a la semilla transgénica y a sustancias químicas vendidas por Monsanto, Dupont y Syngenta. La fundación ha dado $456 millones a AGRA, y en 2006 contrató a Robert Horsch, quien fue ejecutivo de Monsanto por 25 años, para trabajar en el proyecto. En Kenya alrededor de 70% de los que reciben fondos de AGRA trabajan directamente con Monsanto, casi el 80% del financiamiento de Gates en el país tiene que ver con biotecnología, y sobre $100 millones en donaciones se han dado a organizaciones kenianas conectadas a Monsanto. En 2008 un 30% de los fondos de la Fundación para desarrollo agrícola fueron a promover variedades de semilla transgénica. (…) En agosto de 2010 el fideicomiso de la Fundación Bill y Melinda Gates, anunció que había comprado 500 mil acciones de Monsanto, valoradas en un poco más de $23 millones”xviii.
De Kenya procede, precisamente, uno de los últimos “fichajes” de Ashoka en 2009. Se trata de la científica keniana Florence Wanbugu, vinculada a la biotecnología y a Monsanto, y con muy buenas relaciones en España, como se puede ver en la fotografía de más abajo.
De izquierda a derecha: F. Wanbugu (Ashoka), Garmendia (exministra de Ciencia e Innovación), F. González (expresidente y consejero de Gas Natural), no reconocido, y Federico Mayor Zaragoza (presidente de la fundación Triptolemos). (Conferencia 'Ciencia contra la pobreza' en la Granja de San Ildefonso, Segovia, 08. 04. 2010)
El círculo continúa con el anuncio de que Ashoka recibe en 2009 una donación de la fundación Bill y Melinda Gatesxix de 11,3 millones de dólares: “Estos fondos permitirán a Ashoka elegir a más de 90 emprendedores sociales que difundirán prometedoras innovaciones para ayudar a salir de la pobreza a pequeños agricultores y comunidades rurales en África subsahariana e India”.
Pero hay más. También casi los mismos actores, Gates, Rockefeller y Monsanto, junto a Syngenta, el Gobierno Noruego y otros gobiernos han creado en 2008 lo que se ha dado en llamar “La bóveda de semillas del fin del mundo”, que es un gran banco de semillas y recursos fitogenéticos instalado en el Ártico, en una isla del archipiélago Svalbard. La “bóveda” tiene capacidad para almacenar 4,5 millones de muestras de diferentes semillas, cada muestra tiene un promedio de 500 semillas. Guardan más de siete mil especies de plantas que históricamente han sido usadas en la dieta humana.
El círculo se cierra con el lobby oculto: los “disidentes” seleccionados y asociados
AVINA y Ashoka, en los diez años que llevan operando en España han logrado introducirse de alguna forma en más de diez organizaciones que pueden considerarse alternativas. En unos casos seleccionando a líderes o emprendedores, en otros aportando financiación y asesoramiento. Son entidades de prestigio que cubren los rubros del agua, el medioambiente, la paz, el mundo rural, las universidades paralelas, los sistemas financieros éticos, las semillas, el mar, etc., y contando con líderes conocidos.
Estas fundaciones del gran capital llevan a cabo la selección de sus colaboradores con todo rigor, de manera que la decisión final suele venir de sus sedes centrales, en América. Saben bien con quién se alían. No en vano, Ashoka presume de que tiene como aliados estratégicos a la mencionada McKinsey, empresa líder mundial de consultoría de gestión, a Hill & Knowlton, unas de las principales en relaciones públicas y Latham & Watkinsxx, con 2.000 abogados en todo el mundo. La selección está asegurada. Por si acaso, firman contratos que comprometen a los elegidos a dejar su imagen para promoción de las filantrópicas y, como dice su directora en España María Calvo, “una vez que el emprendedor social es seleccionado, pertenece a la Red Ashoka de por vida”.
Algunas de estas organizaciones o sus líderes, que comparten la condición de socios o aliados de las fundaciones mencionadas, tienen una posición de liderazgo explícita contra los cultivos transgénicos. Por tanto, a veces cumplen con su función de portavoces de asociaciones que luchan contra este tipo de cultivos (especialmente en España, que es donde estos cultivos han prosperado más en toda Europa), y otras se ven obligados a mantener un prudente silencio, ante programas tan agresivos como el AGRA, en el que 90 correligionarios suyos de Ashoka tratan de implementar en África los transgénicos, con apoyo de la Fundación Bill y Melinda Gates-Monsanto, como hemos visto más arriba. El plus de legitimidad que los “disidentes” controlados ofrecen a las fundaciones del gran capital es impagable.
En nuestro entorno más cercano se ha venido produciendo también un fenómeno similar que es necesario subrayar para conocimiento general y que, desde hace tiempo, se lleva denunciando. Afortunadamente, tras un esfuerzo importante, las cosas parece que van cambiando en la buena dirección, y se comienza a lograr que aquellos que han mantenido relaciones estables con fundaciones como AVINA y Ashoka reconsideren su actuación. En esa buena dirección van, por ejemplo, algunas dimisiones de sus cargos en los movimientos sociales de líderes que, a la vez, eran socios de AVINA o Ashoka, así como las declaraciones de denuncia contra dichas fundaciones manifestadas por las organizaciones ecologistas a las que dichos líderes pertenecían. En este sentido apunta la declaración del pasado 8 de febrero de la Plataforma Rural (entidad que integra unas decenas de organizaciones) contra los transgénicos. En dicho documento se denuncia que “en África, Monsanto se ha aliado recientemente con la Fundación Gates, la Fundación Rockefeller y otras entidades como la Fundación Ashoka, para promover los transgénicos en el marco de la ´Alianza para una Revolución Verde en Africa´. Aunque disfrazado de verde, se trata de un intento asesino de introducir en este continente semillas comerciales (y posteriormente transgénicas) y todo el paquete de insumos agroquímicos, despojando a los pequeños campesinos de sus semillas tradicionales y condenándoles al hambre y la miseria”.
Una consideración final
En los casos de dimisión mencionados, así como en otros, nos gustaría insistir en lo siguiente: no estamos cuestionando la buena fe subjetiva con que esas personas puedan haber actuado, sino el problema político objetivo que suponen esas estrategias del gran capital para penetrar en los movimientos sociales alternativos. Es cierto que cualquiera de nosotros y nosotras podemos ser víctimas de engaños: a veces damos pasos arriesgados sin llegar a ver cuáles pueden ser las consecuencias, o sin mala intención tomamos atajos que acaban llevando a lugares problemáticos. Y puede resultar subjetivamente muy difícil desandar lo andado, sobre todo cuando está en juego lo que estimamos que es nuestra propia identidad, la consideración que merecemos a la gente cercana o el prestigio ante otros círculos más alejados. Pero hay que evitar confundir las dificultades personales que entraña reconocer errores, con los intereses de los proyectos colectivos. Resultaría difícil de entender que, una vez advertidos de la situación, nos empeñáramos en negar la realidad y siguiéramos sin corregir el rumbo ni aclarar las circunstancias y responsabilidades. En tal caso, estaríamos haciendo un flaco favor a los movimientos sociales al debilitar sus fuerzas para resistir al “lobby oculto” arriba mencionado.
Fuente, notas y referencias:
http://www.rebelion.org/docs/146246.pdf
Pero hay más. También casi los mismos actores, Gates, Rockefeller y Monsanto, junto a Syngenta, el Gobierno Noruego y otros gobiernos han creado en 2008 lo que se ha dado en llamar “La bóveda de semillas del fin del mundo”, que es un gran banco de semillas y recursos fitogenéticos instalado en el Ártico, en una isla del archipiélago Svalbard. La “bóveda” tiene capacidad para almacenar 4,5 millones de muestras de diferentes semillas, cada muestra tiene un promedio de 500 semillas. Guardan más de siete mil especies de plantas que históricamente han sido usadas en la dieta humana.
El círculo se cierra con el lobby oculto: los “disidentes” seleccionados y asociados
AVINA y Ashoka, en los diez años que llevan operando en España han logrado introducirse de alguna forma en más de diez organizaciones que pueden considerarse alternativas. En unos casos seleccionando a líderes o emprendedores, en otros aportando financiación y asesoramiento. Son entidades de prestigio que cubren los rubros del agua, el medioambiente, la paz, el mundo rural, las universidades paralelas, los sistemas financieros éticos, las semillas, el mar, etc., y contando con líderes conocidos.
Estas fundaciones del gran capital llevan a cabo la selección de sus colaboradores con todo rigor, de manera que la decisión final suele venir de sus sedes centrales, en América. Saben bien con quién se alían. No en vano, Ashoka presume de que tiene como aliados estratégicos a la mencionada McKinsey, empresa líder mundial de consultoría de gestión, a Hill & Knowlton, unas de las principales en relaciones públicas y Latham & Watkinsxx, con 2.000 abogados en todo el mundo. La selección está asegurada. Por si acaso, firman contratos que comprometen a los elegidos a dejar su imagen para promoción de las filantrópicas y, como dice su directora en España María Calvo, “una vez que el emprendedor social es seleccionado, pertenece a la Red Ashoka de por vida”.
Algunas de estas organizaciones o sus líderes, que comparten la condición de socios o aliados de las fundaciones mencionadas, tienen una posición de liderazgo explícita contra los cultivos transgénicos. Por tanto, a veces cumplen con su función de portavoces de asociaciones que luchan contra este tipo de cultivos (especialmente en España, que es donde estos cultivos han prosperado más en toda Europa), y otras se ven obligados a mantener un prudente silencio, ante programas tan agresivos como el AGRA, en el que 90 correligionarios suyos de Ashoka tratan de implementar en África los transgénicos, con apoyo de la Fundación Bill y Melinda Gates-Monsanto, como hemos visto más arriba. El plus de legitimidad que los “disidentes” controlados ofrecen a las fundaciones del gran capital es impagable.
En nuestro entorno más cercano se ha venido produciendo también un fenómeno similar que es necesario subrayar para conocimiento general y que, desde hace tiempo, se lleva denunciando. Afortunadamente, tras un esfuerzo importante, las cosas parece que van cambiando en la buena dirección, y se comienza a lograr que aquellos que han mantenido relaciones estables con fundaciones como AVINA y Ashoka reconsideren su actuación. En esa buena dirección van, por ejemplo, algunas dimisiones de sus cargos en los movimientos sociales de líderes que, a la vez, eran socios de AVINA o Ashoka, así como las declaraciones de denuncia contra dichas fundaciones manifestadas por las organizaciones ecologistas a las que dichos líderes pertenecían. En este sentido apunta la declaración del pasado 8 de febrero de la Plataforma Rural (entidad que integra unas decenas de organizaciones) contra los transgénicos. En dicho documento se denuncia que “en África, Monsanto se ha aliado recientemente con la Fundación Gates, la Fundación Rockefeller y otras entidades como la Fundación Ashoka, para promover los transgénicos en el marco de la ´Alianza para una Revolución Verde en Africa´. Aunque disfrazado de verde, se trata de un intento asesino de introducir en este continente semillas comerciales (y posteriormente transgénicas) y todo el paquete de insumos agroquímicos, despojando a los pequeños campesinos de sus semillas tradicionales y condenándoles al hambre y la miseria”.
Una consideración final
En los casos de dimisión mencionados, así como en otros, nos gustaría insistir en lo siguiente: no estamos cuestionando la buena fe subjetiva con que esas personas puedan haber actuado, sino el problema político objetivo que suponen esas estrategias del gran capital para penetrar en los movimientos sociales alternativos. Es cierto que cualquiera de nosotros y nosotras podemos ser víctimas de engaños: a veces damos pasos arriesgados sin llegar a ver cuáles pueden ser las consecuencias, o sin mala intención tomamos atajos que acaban llevando a lugares problemáticos. Y puede resultar subjetivamente muy difícil desandar lo andado, sobre todo cuando está en juego lo que estimamos que es nuestra propia identidad, la consideración que merecemos a la gente cercana o el prestigio ante otros círculos más alejados. Pero hay que evitar confundir las dificultades personales que entraña reconocer errores, con los intereses de los proyectos colectivos. Resultaría difícil de entender que, una vez advertidos de la situación, nos empeñáramos en negar la realidad y siguiéramos sin corregir el rumbo ni aclarar las circunstancias y responsabilidades. En tal caso, estaríamos haciendo un flaco favor a los movimientos sociales al debilitar sus fuerzas para resistir al “lobby oculto” arriba mencionado.
Fuente, notas y referencias:
http://www.rebelion.org/docs/146246.pdf
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