martes, 16 de octubre de 2007

Frustración, política y empresa

El mundo de la ciencia nos dice que la diferencia entre vida animal y vida humana está en que la primera es un permanente vivirse a sí misma, mientras que la segunda, la humana, consiste en un desvivirse por algo.

Maslow, desde ese mundo científico, estableció una jerarquía en esas necesidades motivacionales por las que el ser humano se desvive; agrupándolas en fisiológicas y estéticas. Las fisiológicas son aquellas que compartimos con los animales, esto es, las de beber, comer, evitar el peligro, el sexo y descansar.

Las estéticas surgen cuando las necesidades fisiológicas están medianamente cubiertas en el ser humano, entre ellas se encuentran las de estimación propia y ajena, la necesidad de saber y entender las causas que regulan el funcionamiento de la realidad; así como el deseo de realizarse a sí mismo cada vez más auténticamente.

Cuando este proceso se bloquea, cuando a estas necesidades le son colocadas barreras, hace aparición la frustración. Frustración que como todo en esta vida tiene sus leyes.

La resultante de esta carencia de algo que al individuo le es necesariamente debido por naturaleza, la consecuencia de esta frustración por no conseguir algo que uno debería tener es la desorganización comportamental; desorganización comportamental que se caracteriza por agresividad verbal o física hacia objetos y personas, o por sentimientos de culpabilidad, o por fatiga crónica, o por regresión a conductas típicas de estadios evolutivos anteriores.

Los mecanismos defensivos del ego, de los que hacemos uso para abordar las causas de esta frustración de la expansión de nuestras necesidades existenciales, no todos son adecuados, los hay que solo acallan los sentimientos negativos pero no suprimen las causas. Son, por tanto, mecanismos provisionales de alivio que no van al fondo de la cuestión.

Entre estos mecanismos ego-defensivos podemos encontrar el de la justificación que actúa a base de razones verosímiles, más no verdaderas; el de la proyección, mediante el cual atribuimos a los demás aquellos rasgos indeseables que padecemos nosotros mismos; el de la identificación, por el cual un individuo toma como propias las opiniones y el comportamiento de otro de una forma axiomática, mimética y carente de crítica; el de la reacción reactiva a través del ocultamiento de lo que somos y como somos, enmascarándolo con la conducta opuesta; y el de la disociación con la automatización, desgajada del conjunto, de comportamientos que terminan por convertirse en compulsivos.

Los mecanismos defensivos más recomendables son el de la sublimación, sustituyendo objetivos indeseables por otros deseables; el de la compensación, contrapesando una debilidad en un ámbito determinado con un avance espectacular en otro ámbito diferente; y el de supercompensación que consiste en llegar a ser superior en aquello mismo en que se comenzó siendo inferior.

El mundo político, y el institucional por extensión, así como el empresarial, son mundos que de una forma constante, no se bien si por desconocimiento o mala fe, son realidades que desatienden la satisfacción de estas necesidades estéticas descritas en lo que concierne a sus subordinados, gobernados y asalariados.

Autoasignándose ese mundo político-empresarial sólo competencias en la cobertura de nuestras necesidades fisiológicas, pero no de las estéticas que incluso, a no ser las suyas y para ellos, ignoran en nosotros.

Y dado que también es ley aquella que dice que así como se produce así se es, pues resulta que como producimos, tanto en la empresa pública como en la privada, sin permitírsenos la participación necesaria para que nuestra estimación sea considerada o para que nuestra necesidad de saber y de entender las causas que regulan el funcionamiento de las cosas sea satisfecha o para que podamos autorrealizarnos auténticamente, o sea, desvivirnos por algo por lo que valga la pena desvivirse y que por nosotros se desviva; pues somos una sociedad frustrada y, por tanto, compulsiva en el consumo, derrochista en los recursos y violenta en las formas; y a los hechos, para decir y afirmar esto que con rotundidad expreso, me remito.

La moraleja de estas reflexiones, a las que cualquier ser inteligente llega, es la siguiente: O, como bien dice la constitución, removemos todos los obstáculos que limiten la participación de los ciudadanos, también en el ámbito de lo productivo, o sea, lo estético, o nos llevamos por delante el planeta. Otras soluciones no nos valen, pues como se ha visto, no son más que formas analgésicas infuncionales de resolver esta situación.

Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)

1 comentario:

  1. Habría que subrayar que el sistema capitalista, o más en general el mercado, no es adecuado para la satisfacción de las necesidades que llamas estéticas, que requiere una sociedad organizada sobre la base del principio "de cada cuál según su capacidad, a cada cuál según sus necesidades", que corresponde a lo que Marx llamaba comunismo.

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